La Fuente de Petróleos Mexicanos, también conocida como el Monumento a la Industria Petrolera de México, es un icónico monumento que muchas veces pasa desapercibido para los y las turistas y hasta para lxs mismxs capitalinos. Esta obra, aunque difícil de entender a simple vista, se encuentra en uno de los puntos más transitados de la ciudad, en el Paseo de la Reforma, junto con la Glorieta de Insurgentes. Sin embargo, su visibilidad se limita a unos pocos momentos, lo que hace que quienes pasan rápidamente por esa zona no logren captar toda la historia y simbología que encierra.

El monumento fue diseñado por el arquitecto Vicente Mendiola Quezada y el escultor Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig, quienes lo construyeron como un homenaje a la Expropiación Petrolera de 1938, un evento crucial en la historia de México que marcó la nacionalización de la industria petrolera del país. La obra fue inaugurada en 1952, durante el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés, en un contexto político y social marcado por la consolidación del poder del Estado post-revolucionario y la industrialización del país.

El Monumento a la Industria Petrolera destaca no solo por su tamaño, sino también por su diseño monumental. Con un diámetro de 55 metros y una altura de 18 metros, la fuente está conformada por una serie de fuentes superpuestas y un pilar central que sostiene un grupo escultórico que rinde homenaje a los obreros y al proceso de nacionalización del petróleo en México. El pilar, de cantera, se alza con un gran simbolismo: en sus caras se representan figuras alegóricas que hacen referencia al progreso económico de México tras la expropiación petrolera.

El conjunto escultórico está compuesto por varias figuras que narran una historia visual. En el centro, se encuentran torres petroleras y un ferrocarril, simbolizando la conexión entre la industria y la infraestructura del país. A su alrededor, en el norte, aparecen tres obreros perforando un pozo, mientras que un obrero de postura altiva representa la fuerza trabajadora mexicana. En el sur, se encuentra una figura de un indígena arrodillado, un símbolo de la dependencia económica previa a la nacionalización, mientras que un obrero que sostiene la ley de expropiación lo redime. A un costado de esta figura, se alza la Victoria, una figura desnuda que simboliza la liberación económica que trajo la nacionalización del petróleo. En lo alto, el agua que fluye desde la victoria representa el petróleo derramado, completando el ciclo de progreso.

Lo interesante de este monumento no solo radica en sus elementos escultóricos, sino también en su diseño arquitectónico. La fuente se ubicaba originalmente en una rotonda de tráfico, justo donde antes se encontraba una estación de gasolina. Debido a la topografía del terreno, el arquitecto Mendiola ideó una plataforma elevada para salvar el desnivel, lo que permitió que el monumento no solo tuviera una presencia impactante, sino que también no interfiriera con el paisaje del Bosque de Chapultepec, muy cercano a la zona. En 2012, la fuente fue rodeada por jardines y conjuntos florales que le dan un aire más moderno y accesible, haciendo que su simbología se complemente con el entorno urbano.

Una característica única de la Fuente de Petróleos es que Mendiola y Olaguíbel se representan a sí mismos en las figuras escultóricas. El arquitecto Mendiola aparece como el trabajador intelectual en el monumento, mientras que Olaguíbel, el escultor, toma el rol del obrero manual. Esta inclusión personal les da un toque especial a la obra, transformando lo que podría haber sido un homenaje general a la industria en una reflexión sobre el papel de los artistas y arquitectos en la creación de monumentos que marcan la historia de un país.

La Fuente de Petróleos no es solo un símbolo de la industria, sino también una manifestación de la ideología del México post-revolucionario. En su contexto histórico, este monumento se inscribe dentro de una tradición de grandes esculturas que fueron levantadas durante las primeras décadas del siglo XX para conmemorar diversos logros de la Revolución Mexicana y la consolidación de la independencia económica y cultural del país. Junto a otras obras como la Diana Cazadora o el Monumento a los Niños Héroes, la Fuente de Petróleos se erige como un símbolo de la apoteosis de la Revolución Mexicana, y de la industrialización que transformó al país en esa época.

Aunque su complejidad pueda resultar confusa para quienes lo observan por primera vez, la Fuente de Petróleos se convierte en una ventana a la historia del México de mediados del siglo XX, un país que comenzaba a tomar sus primeros pasos hacia la modernidad y a consolidarse como una potencia económica regional.

Hoy en día, la Fuente de Petróleos no es uno de los monumentos más visitados de la ciudad, y probablemente tampoco lo sea en el futuro. Sin embargo, su historia y su simbolismo nos ofrecen una visión única sobre los procesos históricos, sociales y políticos que definieron a México en la mitad del siglo XX. Si tienes la oportunidad de detenerte y examinar con detalle este monumento, descubrirás no solo una fuente de agua, sino una profunda reflexión sobre la nacionalización del petróleo, la industria mexicana y la manera en que el Estado mexicano utilizó el arte monumental para glorificar su historia y sus logros.

Así, la Fuente de Petróleos sigue siendo un recordatorio de cómo la escultura monumental se convierte en un instrumento de poder y expresión ideológica, con un legado que perdura en el paisaje urbano de la Ciudad de México. ¡Una joya del arte y la historia que, aunque no tan visible, sigue teniendo mucho que contar!

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