Jugar a la guerra era mi pasatiempo favorito. Me sentía valiente.
— Valia Iurkévich, 7 años (hoy jubilada)
Los juegos infantiles suelen estar llenos de fantasía. Pilotos que surcan los cielos, soldados que defienden su patria, marineros que exploran lo desconocido. Pero, ¿qué sucede cuando la guerra deja de ser un juego y se convierte en la realidad? Imagina que un día juegas a la guerra con tus amigos y, al siguiente, ves a soldados invadiendo tu ciudad, ejecutando a tu familia y reduciendo tu hogar a cenizas. Esas son las historias de la guerra: relatos de hogares destruidos e infancias arrancadas.
¿Así de fácil? Aquella guerra no se parecía en nada al juego con el que nos habíamos divertido tanto.
— Vasia Baikáchev, 12 años (hoy profesor de formación industrial)
Las batallas no solo se libran en los frentes. Las verdaderas víctimas de la guerra son las personas comunes que viven en ciudades sitiadas, en aldeas arrasadas. Mientras los soldados mueren en las trincheras, los civiles mueren en las calles. Mujeres, ancianos y niñxs son torturados, ejecutados o simplemente asesinados por diversión.
Los primeros muertos… El primer cadáver que vi fue el de un caballo. Luego vi a una mujer. Me sorprendió. Creía que en la guerra solo mataban hombres.
— Guena Iushkévick, 12 años (hoy periodista)
La guerra arranca familias, extermina poblaciones y, sobre todo, crea huérfanos. La Segunda Guerra Mundial dejó cerca de trece millones de niñxs muertxs y más de 27,000 huérfanos solo en Bielorrusia. Son historias que muchas veces quedan en el olvido, sin nadie que las escuche. Para rescatarlas, Svetlana Alexiévich buscó a las y los niños que sobrevivieron a la invasión nazi en la Unión Soviética y recopiló sus testimonios en Últimos Testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial.
No entendía que mi padre no volvería a levantarse. Tuve que dejarlo en medio del camino, entre el polvo. No tenía heridas, ni sangre. Solo yacía allí, en silencio. Me alejaron a la fuerza, pero por días caminé mirando atrás, esperando verlo alcanzarme en cualquier momento.
— Volodia Parabkóvich, 12 años (hoy jubilado)
En Últimos Testigos, la Premio Nobel Svetlana Alexiévich nos sumerge en los relatos de más de cien niños que vieron cómo la guerra arrasaba con su mundo. Historias de familias enteras asesinadas, de casas incendiadas con sus dueñxs dentro, de niños que sobrevivieron a bombardeos y campos de concentración, de pequeñxs que caminaron kilómetros huyendo del conflicto o que, con apenas unos años de vida, se unieron a la resistencia.
Me quedé en shock… ¿Por qué? En invierno usábamos los cadáveres congelados de los alemanes como trineos. Solo había que empujarlos un poco y saltar sobre ellos. Seguíamos odiándolos.
— Volodia Barsuk, 12 años (hoy presidente del comité republicano de la sociedad deportiva Spartak de Bielorrusia)
Este libro no solo documenta los horrores de la guerra, sino también la resiliencia del ser humano. Nos muestra la brutalidad con la que los hombres pueden destruir vidas, pero también la fuerza con la que otros se apoyan en medio del dolor. Una lectura dura, desgarradora, pero necesaria, que nos recuerda que incluso en las peores circunstancias, la esperanza puede iluminar la oscuridad.
El último día… Antes de retirarse, los alemanes incendiaron nuestra casa. Mamá miraba el fuego sin derramar una lágrima. Nosotros corríamos alrededor gritando: “¡Casita, no ardas! ¡Casita, no ardas!”
— Nina Rachítskaia, 7 años (hoy operaria)