Kochan nació el 14 de enero del año 14 de la era Taisho (llamada así por el emperador reinante de 1912 a 1926), o sea, 1925 según el calendario gregoriano. Desde antes de entrar a la escuela, ya se sentía diferente a los demás; su complexión débil y su cuerpo enfermizo lo llevaron a ser criado con cuidados especiales por parte de su abuela. Cuando aún era muy joven, lo llevaron a ver una presentación de Shokyokusai Tenkatsu, una célebre ilusionista, conocida tanto por su habilidad como por su extraordinaria belleza. Al día siguiente, Kochan —diminutivo de Kimitake— entró a la habitación de su madre, sacó un quimono, se maquilló y se disfrazó de la afamada ilusionista. Después, salió corriendo a la sala, donde estaban su familia y algunas visitas, para gritar que él era Tenkatsu. El numerito, como era de esperarse, terminó avergonzando a su abuela y a sus padres.
“Durante muchos años afirmé que podía recordar cosas que había visto en el instante de mi nacimiento. Cuando decía eso, los mayores, al principio, se reían; pero luego se preguntaban si intentaba burlarme de ellos, y miraban con desagrado la pálida cara de aquel niño tan poco infantil.”
Tiempo después, hojeando un libro religioso, Kochan se topó con una pintura de San Sebastián, realizada por Guido Reni. La imagen lo impactó, pero no por las dos flechas que atravesaban al mártir mientras contemplaba el cielo con cara de éxtasis, sino por la belleza y sensualidad del cuerpo del santo. Con esa imagen, Kochan descubrió que era diferente, que era un “invertido” —como se decía en ese entonces— y que no encajaba en la estricta moralidad del Japón imperial. Obligado a mantener las apariencias, se vio forzado a ponerse una máscara para camuflarse en las normas sociales de un país que estaba entrando en guerra.
“Aquél día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre y se me hincharon las ingles como impulsadas por la ira. Aquella parte monstruosa de mi ser ser que estaba a punto de estallar esperó que la utilizara con ardor sin precedentes, acusándome por ignorancia, jadeando indignada.”
Confesiones de una Máscara es la primera novela del polémico autor japonés Kimitake Hiraoka, mejor conocido como Yukio Mishima. En ella, el autor revela varios detalles de su vida, explorando la dualidad de ser un hombre homosexual, de derecha, y líder paramilitar en un país tradicional y fuertemente moralista. Aunque Mishima nunca habló abiertamente de su sexualidad, sí fue un miembro activo de la comunidad gay de Tokio en los años 40 y 50, y dejó entrever su orientación en varias de sus obras. Confesiones de una Máscara es, en muchos sentidos, una salida del clóset literaria.
“Como consecuencia de la autodisciplina mantenida desde la infancia, yo creía que era preferible la muerte antes que ser un hombre tibio y poco viril, un hombre sin ideas muy claras de lo que le gusta y no le gusta, un hombre que sólo desea ser amado y no sabe amar.”
La novela se centra en la infancia y adolescencia de Kochan, quien nace en los últimos años del Japón imperial —ese país cerrado al mundo exterior y apegado a sus tradiciones sintoístas y católicas —, y nos lleva por su juventud y primeros años de adultez, durante la Segunda Guerra Mundial, la caída de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y los primeros años de la posguerra. Esto no solo nos adentra en los recuerdos más íntimos y pasionales del autor, sino que también nos permite asomarnos a un Japón que existía antes de convertirse en el gigante surrealista y tecnológico que conocemos hoy.
“Era maravilloso. Me había convertido en un hombre capaz de seducir a una chica sin ni siquiera amarla y, cuando la llama del amor empezaba a arder en su pecho, de abandonarla fríamente. ¡Qué lejos estaba del modelo de estudiante virtuoso y ejemplar!”
La primera vez que supe de Mishima fue leyendo ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, una novela del Nobel Kenzaburō Ōe. En ese texto autobiográfico, Ōe menciona la amistad que tuvo con Mishima, a pesar de sus ideas políticas radicalmente opuestas. También menciona los entrenamientos paramilitares de Mishima y su obsesión por restaurar el imperio japonés y cerrar el país a la influencia occidental. Si no mal recuerdo, Ōe también relata que Mishima se suicidó por seppuku (sí, el famoso harakiri) durante un fallido golpe de Estado. Por todo eso, y tras ver una foto de Mishima en Wikipedia (donde parece fisicoculturista de anime), siempre pensé que era el típico japonés hipermasculinizado tipo Vegeta de Dragon Ball.
“Era curioso que aquella vida cotidiana tan temida no diera ninguna señal de arrancar. Vivíamos en una especie de guerra civil, y daba la impresión de que ahora la gente pensaba en el «mañana» todavía menos que en tiempos de guerra.”
Por eso, cuando me enteré de que Confesiones de una Máscara era autobiográfica, quedé sorprendido. No solo me cambió la imagen del autor, sino que me permitió conocer su lucha por aceptar —y al mismo tiempo esconder— su orientación sexual. Además, un detalle fascinante es que, pese a tratar un tema tabú para la época, la novela fue muy bien recibida por la sociedad japonesa de mediados del siglo XX. Me gusta pensar que, aunque la homosexualidad era mal vista públicamente, siempre hubo cierta aceptación soterrada, gracias a tradiciones como el shudō (relaciones entre samuráis), retratada en obras de Ihara Saikaku, uno de los grandes autores del periodo Edo. Si te interesa ese tema, te recomiendo Historias de Amor entre Samuráis, de Saikaku.
“Parecía haber olvidado que me habían robado la esperanza de poder morir suicidándome de forma natural en la guerra.”
Confesiones de una Máscara es una novela extraña… pero extraña en el mejor de los sentidos. Empieza con la historia de un niño que se descubre homosexual en un país profundamente conservador; nos cuenta sus fantasías más intensas, su desesperado intento por enamorarse de una mujer para conservar la fachada, y cómo todo esto ocurre en medio de un contexto histórico cargado de guerra, destrucción y transformación. A través de Kochan, vivimos el fin de una era, el trauma de las bombas atómicas, y la lenta transición de Japón hacia el mundo moderno. Además, leer esta novela nos puede ayudar a entender mejor algunos de los animes con los que crecimos.
“Por eso, para mi constituyó una suprema delicia caminar apoyándome en el brazo de Omi. Debido quizá a mi frágil constitución, por lo general, un presentimiento de maldad se mezclaba siempre con todas mis alegrías. Pero en ese caso, lo único que sentí fue la recia e intensa sensación del contacto con el brazo de Omi.”
Es un texto accesible, con una prosa fluida y una historia que, aunque parece pequeña, termina tocando temas profundos y universales. La vida de Kochan puede parecer común, pero está cargada de significado, contradicción y belleza. Así que, si te llama la atención conocer el lado más íntimo de uno de los escritores más polémicos y fascinantes del Japón moderno, o si quieres conocer más sobre la transición del Japón Imperial al Japón Moderno, dale una oportunidad a Confesiones de una Máscara. No es solo una novela autobiográfica, es un espejo roto que refleja la lucha por ser uno mismo en un mundo que exige máscaras.