¿Me creerías si te dijera que, gracias a la Primera y la Segunda Guerra Mundial, hoy tenemos una de las heladerías más tradicionales de la Ciudad de México? No, la heladería no fue una consecuencia directa de los conflictos bélicos, pero sí lo fue la decisión de Pietro Chiandoni de abandonar Italia debido a las Guerras. Su destino lo llevó hasta México, donde en 1939 fundaría la entrañable Heladería Chiandoni.

Tras la Primera Guerra Mundial, Europa quedó devastada económica y emocionalmente. Las tensiones políticas persistían y ya se vislumbraba un nuevo conflicto armado. En ese contexto, Pietro —un joven de quince años originario de Udine, tierra reconocida por su tradición heladera— dejó su país natal y viajó a la Ciudad de México, donde lo recibieron sus tíos.

El sueño de Pietro era convertirse en uno de los luchadores más legendarios del pancracio mexicano, y casi lo logró: fue uno de los primeros rudos del país. Mientras perseguía su vocación luchística, también trabajaba en La Nueva Italia, la heladería de sus tíos. ¿Te suena el nombre? Hasta hace pocos años fue una de las más antiguas del entonces Distrito Federal, ubicada en la colonia Roma. Cerró sus puertas en plena pandemia tras 97 años de historia. Tan icónica era, que Carlitos —el protagonista de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco— acudía allí por su helado favorito.

Después de varios años entre el ring y los barquillos, en 1939 Pietro Chiandoni logró abrir su propia heladería en la recién inaugurada colonia Nápoles. La llamó Chiandoni y se dedicó a ofrecer helados artesanales de una amplia variedad de sabores, además de café y postres helados tradicionales como la deliciosa Cassata. Pronto conquistó el corazón de lxs vecinxs y de quienes asistían a la Plaza de Toros y, más tarde, al Estadio Azul. Su éxito fue inmediato.

Aunque Pietro ya no está, Chiandoni sigue en manos de la familia adoptiva. Hoy la administran los hijos de Carmen Montaño, una de las primeras empleadas de Pietro, a quien él siempre trató como una hija más (pero esa historia merece contarse aparte).

Casi cien años después, Chiandoni sigue más viva que nunca. Las familias que llevan generaciones visitándola y las nuevas que la han descubierto en redes sociales mantienen su espíritu intacto. La heladería no solo conserva sus recetas tradicionales, sino también su mobiliario y uniformes de antaño, lo que hace que entrar ahí sea como viajar en el tiempo a una cafetería de los años cincuenta.

En cuanto a la carta, hay dos tipos de helados: los de crema y los de agua, disponibles en distintos tamaños y presentaciones (vaso o barquillo). Algunos sabores que puedes encontrar son vainilla, chocolate, pistache, avellana, coco, plátano, elote, piñón, cajeta, tamarindo, mango, zapote y guanábana, entre muchos otros. También ofrecen postres como el Sundae, el Souvenir Chiandoni, el Mamey o Naranja Glacé, el Espumoni, la Cassata y el Bisquit Tortoni. Y si prefieres algo caliente, puedes pedir un café o chocolate.

Chiandoni no es una heladería común. No es de esas donde compras un helado y sales caminando. Es una heladería como las de antes, donde te sientas en una mesa, eres atendidx por un mesero uniformado y disfrutas del postre con calma. Es un lugar que nos recuerda el México de nuestros padres y abuelxs, donde las prisas no existían y los placeres simples —como un buen helado— se saboreaban sin prisa. Aunque no es un lugar barato, cada visita vale la pena: por la calidad, por la historia, y por ese sabor a nostalgia que pocos lugares pueden ofrecer.

Chiandoni no es solo una heladería: es un pedazo vivo de la historia chilanga que sigue derritiendo corazones, cucharada a cucharada.

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Costo por persona: Menos de $250 pesos
Instagram: instagram.com/heladoschiandoni
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Pennsylvania #255, Colonia Nápoles, Ciudad de México, CDMX

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Periférico #4690, Jardines del Pedregal (Dentro de Terraza Palacio), Ciudad de México, CDMX

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