Era un secreto a voces: las ventas de Pepsi estaban en picada. Urgía un plan para levantar el barco, así que Sergio Romo —mejor conocido como Sergio Promo, CEO de Pepsico— y su agencia creativa idearon una campaña tan absurda como irresistible. El protagonista sería Biuti Full, el reguetonero miope y vocero estrella de la marca, quien se presentaría en la ciudad que más votos recibiera en una dinámica promocional. ¿El resultado? El legendario Biuti Full terminaría dando un concierto épico en Kodiak, Alaska, frente a un público compuesto por… ¿pingüinos? ¿Y quizás uno que otro esquimal perdido?
Como la agencia tenía que cumplir con la promoción (por más ridícula que fuera), enviaron a un pequeño equipo a documentar el despropósito. Entre los elegidos estaba Luis Pastrana, copy creativo de la agencia, quien justo acababa de recibir la noticia de que un hijo suyo, al que nunca conoció, había muerto a los cuatro años. ¿Qué podría salir mal?
Pepsi, como tantas otras marcas, ha transformado la historia: ahora los pobres son obesos y los ricos, flacos.
Si alguna vez te has preguntado qué demonios conecta a un reguetonero miope, un torturador de animales, una mentirosa compulsiva con problemas de identidad, un copy publicitario, una refresquera mediocre y la siempre caótica Ciudad de México, entonces La Felicidad de los Perros del Terremoto es el libro que necesitas. Esta novela, escrita por Gabriel Rodríguez Liceaga, es un recorrido delirante por las calles, las manías y las miserias del ya extinto Distrito Federal. Entre sus páginas desfilan personajes de todos los sabores y colores, desde los más “chaca” hasta los más fresas.
El miedo es palpable en los ojos de los community managers de la historia. Niños mimados que presumen ser expertos en algo que hace cuatro años ni existía y que en un par de años probablemente ya nadie recuerde. Su gran aporte: ser “la voz de la marca”. En otras palabras, botargas digitales con pretensiones de estrategas.
La Felicidad de los Perros del Terremoto no aspira a ganar un Nobel (ni un Novel, como dirían algunos). El propio autor lo deja claro cuando dos personajes asisten a un taller literario improvisado en plena marcha LGBTTTI, sentados en el Starbucks que está junto a la embajada gringa, ese que tiene vista al hotel de lujo. Pero lo que sí promete —y cumple— es arrancarte más de una carcajada. Su narrador omnisciente cambia de personalidad según el personaje que esté contando, así que lo mismo te entrega reflexiones profundas que referencias tan específicas a Los Simpsons que no queda duda: es una novela escrita para y por chilangxs millenials que viven a punta de memes y citas de Springfield.
Horacio, por ejemplo, estaba en casa viendo el capítulo donde Moe gana un concurso de poesía con ayuda de Lisa, cuando leyó en su Pepsi tibia: “Gana un concierto de Biuti Full en tu ciudad”.
La historia fluye con agilidad y buen humor. Desde las primeras páginas te desconecta de la rutina y te sumerge en el alucinante universo de las agencias de publicidad, los altos ejecutivos de otra era y, por supuesto, las reflexiones existenciales del reguetonero miope más grande de la historia contemporánea. Es una novela sin poses ni pretensiones, que te mete directo en la mente de sus personajes, dejándote ver sus pensamientos más oscuros, sus contradicciones y sus deseos más absurdos. Todo mientras te lleva de la mano por el México moderno: ese país roto, cínico y desilusionado que todas y todos habitamos.
Teatro del Mundo. Estar vivo por inercia. Despertar respirando. Hay en todo esto un delirio apenas disimulado.
La Felicidad de los Perros del Terremoto es, al final, una sátira divertida y sin filtro de las redes sociales, las grandes marcas, la depresión crónica, Los Simpsons, el reguetón y la CDMX misma. Y por eso vale la pena adentrarse en esta aventura que va de la capital a Alaska, siguiendo los pasos de Luis Pastrana, Luciana, Emiliano Zapato, Mónica Delia y, por supuesto, Biuti Full. Una novela para reírte, sorprenderte y, tal vez, reflexionar un poco sobre la vida, la muerte y lo absurdo de existir.
Porque si ya es difícil entender por qué alguien se vuelve viral en internet, todavía es más inexplicable el éxito de ciertas mascotas que cosechan miles de likes cada vez que las visten con gafas o las ponen a “saludar” con la patita.