Alina no era precisamente el orgullo de su familia. De espíritu inquieto y mente curiosa, su rebeldía constante y su rechazo a las normas de la época la convirtieron en un auténtico dolor de cabeza para su abuela. En una sociedad donde la obediencia y el recato definían el valor de una mujer, Alina parecía no encajar en ningún molde. Casarla habría sido complicado —¿quién querría a una joven tan irreverente?— y, para ahorrarse el gasto de una dote, su abuela optó por una solución más práctica: enviarla al Convento de San Jerónimo, un lugar apartado a las afueras de la Ciudad de México. Sin saberlo, el destino la estaba llevando al mismo espacio donde residía una de las mentes más brillantes de su tiempo, Sor Juana Inés de la Cruz.
San Jerónimo, nido de sombras y ecos prohibidos. El miedo se filtra entre sus muros, arrastrando secretos que susurran plegarias rotas y advertencias que nadie se atreve a escuchar.
Lo que Alina desconocía era que, detrás de la aparente calma conventual, algo oscuro se movía en las sombras. Desde hacía un tiempo, monjas y esclavas aparecían asesinadas, víctimas de extraños rituales que parecían remontarse a tiempos prehispánicos. El miedo se apoderó de las hermanas, y el ambiente del convento se llenó de rumores sobre presencias diabólicas. Pesadillas aterradoras acosaban a todas las mujeres del convento, sembrando la duda: ¿Era obra de un asesino humano o algo mucho más siniestro?
Los pasos resonaban sobre el suelo de piedra volcánica. Parecían surgir de todas partes: techos, muros, el altar mismo. Y entonces, emergiendo desde lo más profundo de la tierra, un alarido desgarrador rasgó el silencio. Un grito animal, de dolor y furia, que erizó la piel y paralizó los corazones.
Obligada a tomar los hábitos contra su voluntad, Alina no tendrá más opción que hacer equipo con Matea, su leal criada indígena, y con la brillante —y un tanto excéntrica— Sor Juana Inés de la Cruz. Juntas se lanzarán a desentrañar el misterio que envuelve al convento, sin saber que el Santo Oficio ya ha puesto los ojos sobre el lugar y se prepara para intervenir de la manera más brutal: purgar el mal a cualquier costo.
Las monjas juran que es el demonio, pero se equivocan. No es Satanás. Es nuestro Señor, reclamando justicia.
Muerte en San Jerónimo, de Óscar de Muriel, es una novela de misterio histórico que atrapa desde el primer capítulo, transportando al lector o lectora al corazón de la Ciudad de México en el siglo XVII. Con un estilo ágil y envolvente, el autor combina ficción y realidad para mostrarnos un retrato vibrante de la vida cotidiana en la Nueva España: las jerarquías de las castas, los sabores de los dulces conventuales, el bullicio de la Plaza Mayor y el Parián, y la estricta rutina de las religiosas. Todo envuelto en una atmósfera de intriga y suspenso, al mejor estilo de Agatha Christie o Arthur Conan Doyle.
El dolor no es un juego; es un don sagrado que debe usarse con sabiduría. Me lo advirtieron, pero mi soberbia me cegó. Creí que podía purificarme sin guía espiritual, y el precio fue alto.
A pesar de sus casi 400 páginas, Muerte en San Jerónimo se lee de manera sorprendentemente fluida. La prosa de Óscar de Muriel es accesible, entretenida y salpicada de datos históricos y científicos que enriquecen la trama. Además, la investigación de Alina, Matea y Sor Juana ofrece un interesante vistazo al conocimiento y la ciencia de la época, lo que convierte a esta novela en un verdadero deleite para quienes disfrutan de los misterios históricos y las historias bien documentadas.
Por todo esto, Muerte en San Jerónimo es una lectura imperdible tanto para quienes buscan un thriller lleno de giros y sorpresas, como para las y los curiosos que quieran asomarse a las entrañas de un México colonial lleno de secretos, peligros y saberes ocultos.
Las deidades exigen lo más preciado, madre. A los dioses se les ofrece lo más exquisito, y no hay carne más valiosa que aquella entregada en sacrificio.