Chernóbil es un nombre que todas y todos reconocen. Sabemos que el 26 de abril de 1986, en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, al norte de lo que hoy es Ucrania, ocurrió uno de los peores desastres nucleares de la historia. En aquel entonces, el territorio formaba parte de la Unión Soviética, y lo que comenzó como un sobrecalentamiento en el reactor terminó en una violenta explosión y un incendio imposible de controlar. La nube radioactiva que se liberó contenía dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, aleaciones de circonio y grafito. Todo eso cubrió ciudades enteras como Prípiat y Chernóbil, dejando muerte, enfermedad y forzando la evacuación total de la población.
Entre los muchos recuerdos de esos días, uno en particular resalta. Apenas ocurrió el accidente, desaparecieron de las bibliotecas los libros que hablaban sobre radiación, Hiroshima, Nagasaki e incluso los rayos X. Se decía que fue una orden directa desde el gobierno, para evitar el pánico. Alguien bromeaba diciendo que, si Chernóbil hubiera explotado en otro país, todo el mundo habría entrado en pánico, excepto los propios soviéticos. No hubo advertencias médicas ni información clara para la población.
— Yevgueni Aleksándrovich Brovkin, profesor de la Universidad Estatal de Gómel.
Han pasado más de tres décadas desde aquel desastre, pero sus efectos siguen presentes en el medio ambiente y en la vida de miles de personas. Sin embargo, para muchxs, Chernóbil se ha convertido en un recuerdo difuso, casi olvidado. Frente a este olvido, la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich se dedicó a buscar y registrar las voces de quienes vivieron la tragedia en carne propia. A través de decenas de entrevistas, reconstruyó la memoria colectiva de Chernóbil y documentó la indiferencia y negligencia con la que el gobierno soviético manejó el desastre. Todo ese trabajo quedó plasmado en Voces de Chernóbil.
Han pasado diez años… Chernóbil ya es una metáfora, un símbolo, incluso una historia. Se han escrito decenas de libros y se han filmado kilómetros de video. Creemos saberlo todo: los hechos, las cifras. ¿Qué más se podría añadir? Y es tan natural que la gente quiera olvidar Chernóbil, convencerse de que quedó atrás…
— Svetlana Alexievich.
En Voces de Chernóbil, la escritora y Premio Nobel de Literatura 2015 da un espacio a esas voces que rara vez son escuchadas: bomberos, liquidadores, científicos, políticos, psicólogos, residentes de la zona y familiares de las víctimas. El resultado es una obra que desgarra, al mostrar no solo el dolor inmediato del desastre, sino también las consecuencias de las mentiras oficiales y el abandono que sufrieron quienes lo perdieron todo.
Ningún médico sabía que yo dormía con él en la cámara hiperbárica… Ni siquiera lo imaginaban… Las enfermeras me dejaban pasar. Al principio intentaban hacerme entrar en razón: ‘Eres joven, ¿cómo se te ocurre? ¡Eso ya no es un hombre, es un reactor! ¡Van a quemarse los dos!’. Yo las seguía, les rogaba… Pasaba horas enteras frente a la puerta…
— Liudmila Ignatenko, esposa de Vasili Ignatenko, bombero fallecido.
Para captar la verdadera dimensión humana de la tragedia, Alexievich realizó más de quinientas entrevistas, permitiendo que cada persona hablara libremente sobre lo que más le dolía o marcaba. Así, en Voces de Chernóbil, las historias van desde el cielo teñido de rojo la noche de la explosión, hasta la pérdida de seres queridos y el estigma que enfrentaron los evacuados en otras ciudades. También hay quienes hablan de su necesidad de regresar a casa, a pesar del peligro invisible. Cada testimonio está presentado como un monólogo íntimo, que nos permite asomarnos al alma de quienes sobrevivieron. Además, la autora organizó el libro por temas, guiando al lector o lectora en un viaje profundo por las múltiples capas de la tragedia.
Desde el primer día, sentimos en la piel que éramos de Chernóbil, como si viniéramos de otro mundo. La noche de la evacuación, el autobús se detuvo en una aldea. No había espacio y dormimos en el suelo de la escuela y el club comunitario. Una mujer se acercó y nos ofreció un lugar en su casa, pero otra la detuvo: ‘¿Estás loca? ¡Están contaminados!’.
— Nadezhda Petrovna Vygóvskaya, evacuada de Prípiat.
Voces de Chernóbil no es un libro fácil. Es un espejo incómodo que refleja el lado más oscuro de la naturaleza humana, ese que prefiere ocultar el horror con tal de proteger un ideal o una imagen política. Pero también es un homenaje a la resistencia, al amor y a la esperanza que sobrevivieron entre los escombros. Es un libro que sacude, que hace llorar y, a veces, incluso sonreír entre tanto dolor. Por eso, Voces de Chernóbil es una lectura imprescindible para entender no solo lo que pasó, sino lo que significa ser humano en medio de la catástrofe.
Hace poco, mi hija me dijo: ‘Mamá, si tengo un hijo con deformidades, igual lo voy a querer’. ¿Puede imaginar algo así? Está en décimo grado y ya tiene esos pensamientos. Todas sus amigas piensan lo mismo…
— Nadezhda Afanásievna Burakova, habitante de Jóiniki.