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Metro Indios Verdes, un punto de encuentro entre la historia, el transporte y el racismo al norte de CDMX

¿Alguna vez te has preguntado por qué se llama Indios Verdes una de las estaciones más transitadas del Metro de la Ciudad de México? La respuesta tiene que ver con el color… ¡y con la historia prehispánica!

Todo comienza con dos estatuas de bronce que representan a los tlatoanis mexicas Itzcóatl y Ahuízotl. Aunque fueron esculpidas en el siglo XIX por encargo de la Secretaría de Fomento, la humedad y el paso del tiempo les dieron un tono verdoso característico. Por eso, la gente comenzó a llamarlas, de manera coloquial, “los Indios Verdes”. Este nombre se volvió tan popular que, cuando en 1979 se inauguró la estación terminal norte de la Línea 3 del Metro, fue bautizada en honor a esas figuras que se encontraban muy cerca del lugar.

Pero estas estatuas no siempre estuvieron ahí. Desde su creación, han tenido una vida bastante movida. Se dice que fueron hechas para la Exposición Universal de París de 1889 (sí, ¡la misma en la que se presentó la Torre Eiffel!), aunque no está del todo claro si realmente llegaron hasta Francia. Lo que sí es cierto es que originalmente adornaron el Paseo de la Reforma. Sin embargo, en tiempos del Porfiriato, cuando lo europeo se consideraba “superior” a lo indígena, las figuras fueron rechazadas y reubicadas en varias ocasiones: primero a la Calzada de la Viga, luego a Insurgentes Norte, y finalmente, tras un rescate en 2005, al Parque del Mestizaje, donde actualmente puedes visitarlas.

Hoy en día, la estación Indios Verdes no sólo es un homenaje a nuestros orígenes mexicas, sino también uno de los puntos neurálgicos más importantes del transporte en el Valle de México. Además de la Línea 3 del Metro, conecta con tres líneas del Metrobús (1, 3 y 7), la Línea 1 del Cablebús, el Mexicable, el Mexibús y una gran cantidad de rutas de microbuses, vagonetas y autobuses que van hacia distintos municipios del Estado de México e incluso del estado de Hidalgo.

Gracias a esta conectividad, Indios Verdes es, desde hace años, la estación con mayor afluencia de toda la red del Metro. En días laborales puede recibir hasta 120 mil pasajeros, y anualmente, ha llegado a mover más de 40 millones de personas. También es sede del CETRAM (Centro de Transferencia Modal), una subcentral camionera que permite a miles de personas desplazarse entre la ciudad y su periferia.

Ah, y si eres curioso o curiosa de la infraestructura del Metro, aquí también se encuentran los talleres de Ticomán, donde se le da mantenimiento mayor a los trenes de esta línea.

Así que ya lo sabes: la próxima vez que llegues al bullicioso paradero de Indios Verdes, recuerda que ahí se cruzan el pasado mexica y el presente metropolitano. ¡Y que ese verdor en el nombre no es casualidad, sino parte de una historia de arte, resistencia y movilidad urbana!

Metro Deportivo 18 de Marzo, un testigo del cambio urbano de CDMX

Si alguna vez has viajado por la Línea 3 o la Línea 6 del Metro de la Ciudad de México, quizá hayas pasado por la estación Deportivo 18 de Marzo, ubicada en la alcaldía Gustavo A. Madero. Más que un punto de tránsito, esta estación guarda una historia curiosa y un par de cambios de nombre que vale la pena conocer.

El nombre de la estación hace referencia directa al Deportivo 18 de Marzo, un centro deportivo ubicado justo al lado. Pero el deportivo no es cualquier instalación: su historia se remonta a 1943, cuando el Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno del Distrito Federal solicitó su custodia durante un congreso anual. Para 1946, ya estaba bajo la administración del sindicato, que incluso organizaba funciones de lucha libre y box para financiar su mantenimiento. ¡Sí, había que echarle ingenio!

Durante los años cincuenta, con solo un peso al mes, los usuarios podían acceder a todos sus servicios, que incluían desde alberca y gimnasio hasta canchas de tenis, frontón, campo de béisbol y arquería. Hoy sigue siendo un espacio amplio y versátil para la práctica deportiva.

Quizá algunos la recuerden como Metro Basílica, y con justa razón: originalmente, su nombre y logotipo hacían referencia a la Basílica de Guadalupe, que se encuentra a tan solo un kilómetro de distancia. Sin embargo, en 1998, cuando la estación La Villa cambió su nombre a La Villa-Basílica (por estar mucho más cerca del santuario mariano), esta estación también cambió su nombre para evitar confusiones.

Pero eso no fue todo: en los primeros planes del Metro, esta estación iba a llamarse Montevideo, en honor a la avenida cercana del mismo nombre. Así que ha tenido tres nombres a lo largo de su historia.

El ícono actual de la estación muestra a un jugador de pelota prehispánico, haciendo alusión tanto al pasado mesoamericano como a la vocación deportiva del complejo que le da nombre.

Deportivo 18 de Marzo es una estación que conecta las colonias Tepeyac Insurgentes y Lindavista. Además de las líneas 3 y 6 del Metro, aquí puedes hacer conexión con la Línea 1 del Metrobús. Por su ubicación, también está cerca de la Basílica de Guadalupe, uno de los puntos más visitados de la ciudad, tanto por turistas como por peregrinos.

En cuanto a usuarios, la Línea 3 de esta estación tuvo más de 9.4 millones de pasajeros en 2024, ubicándose entre las 30 estaciones más transitadas del sistema. En cambio, en la Línea 6, el número es mucho menor: cerca de 475 mil personas al año, lo que la coloca entre las menos utilizadas de toda la red.

Metro La Raza, historia, ciencia y un homenaje a las culturas originarias

Ubicada en la alcaldía Gustavo A. Madero, al norte de la capital, la estación La Raza del Metro de la Ciudad de México es mucho más que un punto de conexión entre la Línea 3 (la verde olivo) y la Línea 5 (la amarilla). Su nombre y su símbolo rinden homenaje al pasado indígena de México, pues se encuentra muy cerca del Monumento a La Raza, una pirámide monumental erigida en 1940 que celebra las culturas que florecieron antes de la llegada de los españoles.

El ícono de la estación representa justamente a este monumento, con una estructura que recuerda a las pirámides precolombinas. Fue diseñado por el escultor Luis Lelo de Larrea, y en sus costados se pueden ver esculturas que remiten a momentos clave como la Defensa de Tenochtitlán y la Fundación de México-Tenochtitlán. En lo alto, una majestuosa águila remata la obra.

La estación La Raza abrió sus puertas en agosto de 1978, sirviendo inicialmente como terminal norte de la Línea 3. Más tarde, en diciembre de 1979, esa línea se extendió hasta Indios Verdes. En 1981, entró en operación la Línea 5 en esta estación, aunque no fue sino hasta 1982 que llegó a Politécnico.

Si alguna vez te ha tocado caminar y caminar para hacer el transbordo entre las dos líneas, no te lo imaginaste: el túnel que conecta la Línea 3 con la Línea 5 mide casi 620 metros, lo que lo convirtió durante años en el transbordo más largo del Metro. Hoy sigue siendo uno de los más extensos del mundo.

Pero ese largo pasillo tiene un secreto maravilloso: es también el hogar del Túnel de la Ciencia, un espacio único en su tipo. Inaugurado en 1988 por la UNAM, fue el primer museo científico dentro de un sistema de transporte colectivo. Su misión es acercar la ciencia y la tecnología a todxs lxs usuarixs, especialmente a niñas, niños y jóvenes que transitan diariamente por la estación.

Ahí podrás encontrar exposiciones fotográficas, paneles electrónicos, hologramas, constelaciones del zodiaco y hasta cápsulas informativas sobre astronomía, matemáticas, biología y más. Todo esto mientras haces un transbordo… así que no te apresures, ¡vale la pena detenerse a mirar!

La Raza también alberga arte visual. En 2008 se inauguró el mural “Monstruos del fin del milenio” del artista Ariosto Otero, realizado con una técnica original que mezcla metal, madera, acrílico y resinas. Esta obra nos invita a reflexionar sobre los retos sociales del mundo contemporáneo.

No es sorpresa que, con tanta historia y conectividad, La Raza sea una de las estaciones con mayor afluencia del sistema. En un día laboral, llegan a pasar más de 32 mil personas por sus andenes, lo que la convierte en un punto clave para quienes se mueven por el norte de la ciudad.

La estación cuenta con varias salidas sobre la Avenida de los Insurgentes Norte, cerca del CETRAM, y conecta con colonias como Vallejo y Héroes de Nacozari. Ya sea que entres por la Línea 3 o la Línea 5, siempre estarás cerca de algo interesante: historia, ciencia, arte, o a ciertos vendedores de Movistar que se volvieron famosos… y claro, ¡una buena caminata!

Metro Tlatelolco, un viaje subterráneo por la historia de México

Viajar por el Metro de la Ciudad de México no solo es una forma práctica de moverse: también es una puerta a la historia. Un buen ejemplo es la estación Tlatelolco, ubicada en la Línea 3 del Metro, justo al norte de la ciudad. Esta estación no solo conecta con la vida urbana, también nos enlaza con siglos de historia.

La estación toma su nombre de la antigua Villa de Tlatelolco, una zona con un enorme peso histórico. En tiempos prehispánicos, Tlatelolco fue una ciudad hermana de Tenochtitlán, con su propio mercado y templo. Durante la época virreinal, se transformó en un importante centro religioso y educativo. En 1525 se levantó ahí el Convento de Santiago Tlatelolco, y más tarde, en 1537, se fundó el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, la primera institución de educación superior para indígenas nobles, impulsada por fray Juan de Zumárraga y patrocinada por el emperador Carlos V. En 1573, por orden del rey Felipe II, se construyó junto al colegio un hermoso templo que aún existe.

Ya en el siglo XX, la zona fue transformada en un gran proyecto habitacional: el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco, levantado en los años cuarenta. El ícono de la estación representa precisamente la fachada de uno de sus edificios más representativos: la Torre Insignia, antigua sede de Banobras, que destaca por su forma triangular y su carillón de 47 campanas, un regalo del gobierno de Bélgica.

Inaugurada en noviembre de 1970, la estación Tlatelolco funcionó como terminal de la Línea 3 hasta 1978. A diferencia de muchas otras, no está bajo una gran avenida, sino incrustada dentro del conjunto habitacional, con un solo acceso a nivel calle. Desde ahí se puede salir hacia la avenida Manuel González o hacia una explanada de la unidad habitacional.

Su diseño también destaca: en el vestíbulo aún se conservan unos hermosos vitrales estilo art-decó, justo sobre las taquillas. Y en los andenes se puede admirar el mural “El Andén de los Ouróboros”, del artista Marco Zamudio, que retrata escenas cotidianas de quienes usan el Metro día a día.

Desde esta estación puedes llegar caminando a la Plaza de las Tres Culturas, donde conviven restos arqueológicos mexicas, arquitectura virreinal y edificios modernos. También está el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el M68 Memorial del 68, el Teatro Ferrocarrilero, y por supuesto, la impresionante Torre Insignia.

Además, conecta con la Línea 3 del Metrobús, lo que facilita la movilidad en esta parte de la ciudad.

Aunque no es de las estaciones más saturadas, sigue siendo bastante transitada. En días laborales, llegan a pasar más de 19 mil personas en promedio, y en 2023 registró una afluencia anual de más de 5.5 millones de usuarios, lo que la coloca entre las 90 estaciones más concurridas del sistema.

La estación Tlatelolco no es solo un punto en el mapa del Metro: es un cruce de caminos entre el pasado prehispánico, el México virreinal, los movimientos sociales del siglo XX y la vida cotidiana de hoy. Así que la próxima vez que pases por ahí, tómate un momento para mirar a tu alrededor… y pensar en todo lo que ha pasado por ese mismo lugar.

Metro Guerrero, historia, héroes y murales bajo la ciudad

Ubicada en el corazón de la Ciudad de México, la estación Guerrero del Metro no solo conecta a miles de personas todos los días, sino que también es una ventana al pasado y al presente de un barrio con mucha historia.

Esta estación toma su nombre de la colonia Guerrero, un antiguo y tradicional barrio de la capital que fue bautizado así durante el Porfiriato en honor al general Vicente Guerrero, uno de los grandes héroes de la Independencia de México. Guerrero no solo fue un brillante estratega militar que logró importantes victorias, como la de Tamo en 1818, sino también un personaje de firme convicción: cuando su propio padre intentó convencerlo de abandonar la lucha, él respondió con la famosa frase “La patria es primero”.

Esa misma fuerza e identidad están presentes en la estación del Metro. Su logotipo muestra la silueta del general Guerrero con el uniforme militar de la época, y los muros de la estación están decorados con coloridos murales de mosaico que rinden homenaje a su legado. Si viajas por la Línea B, también encontrarás enormes murales dedicados a otro ícono popular: la Lucha Libre.

La estación Guerrero es un punto de trasbordo entre la Línea 3, que atraviesa la ciudad de norte a sur desde 1970, y la Línea B, que entró en funcionamiento en 1999 para conectar el noreste de la capital con el Estado de México, en dirección a Ecatepec. Gracias a esto, miles de usuarixs transitan por aquí cada día, aunque curiosamente, no es una de las estaciones más transitadas del sistema.

Además de su importancia como nodo de transporte, la estación tiene salidas que te llevan directo a sitios muy interesantes. Por ejemplo, está a unos pasos del famoso Tianguis Cultural del Chopo —que se instala los sábados cerca de la Biblioteca Vasconcelos— o de la Casa-Museo Rivas Mercado, hogar del arquitecto del Ángel de la Independencia.

La colonia Guerrero, donde se ubica esta estación, es una de las más antiguas de la ciudad. Su traza urbana cubre parte de lo que fue el barrio prehispánico de Cuepopan. En sus calles todavía puedes encontrar edificios del siglo XIX, vecindades tradicionales, y sitios históricos como el Templo de San Fernando, el mausoleo de Benito Juárez y el centro cultural La Nana, ubicado en una antigua subestación eléctrica.

Curiosamente, muchas de sus calles llevan los nombres de héroes nacionales: Allende, Matamoros, Mina, Pedro Moreno, entre otros. Una forma muy simbólica de caminar por la historia.

En resumen, el Metro Guerrero es mucho más que una estación de paso. Es un reflejo de la historia nacional, del arte urbano y de la vida cotidiana de uno de los barrios más tradicionales de la Ciudad de México.

Iglesia Metodista El Mesías, un remanso de historia y arquitectura en Avenida Balderas

En medio del constante ir y venir de la Avenida Balderas, a unos pasos de la Alameda Central, se alza la Iglesia Metodista El Mesías, un templo que ha sido símbolo de estabilidad y fe desde hace más de un siglo. Su sobria y elegante fachada ofrece una pausa visual y espiritual en una de las zonas más bulliciosas del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Una historia que comenzó en el siglo XIX

La historia de esta iglesia está íntimamente ligada a la llegada del metodismo a México. Fue en 1873 cuando el obispo John Christian Keener arribó desde Estados Unidos con la misión de establecer la Iglesia Episcopal del Sur. Se unió a Sóstenes Juárez, una figura clave del protestantismo mexicano, y juntos asentaron su comunidad en la antigua capilla de San Andrés, cerca del actual Museo Nacional de Arte.

Años más tarde, en 1885, la congregación adquirió un terreno en la entonces calle de la Acordada —hoy Balderas—, en lo que en ese momento era el extremo occidental de la ciudad. Allí comenzaron la construcción de un nuevo templo, que se convertiría en la primera sede metodista establecida por esta rama en la capital mexicana.

Una joya arquitectónica con materiales muy mexicanos

El diseño de la iglesia fue obra del ingeniero Russell C. Cook, quien eligió materiales muy representativos: tezontle para los muros, basalto de Culhuacán para cimientos y revestimientos, y chiluca de Tepepan para los finos detalles en cantera. Las hermosas vidrieras llegaron desde San Luis Potosí, y aún hoy llenan de color la luz que entra al templo.

La construcción culminó en 1899, y el nuevo templo fue consagrado el 11 de febrero de 1901. Desde entonces, El Mesías se convirtió en un lugar emblemático para la comunidad metodista del país.

Con el paso del tiempo, la iglesia ha crecido. En 1930, las ramas norte y sur del metodismo en México se unificaron, y desde entonces El Mesías ha ampliado sus instalaciones con un anexo que hoy alberga muchas de las actividades culturales, sociales y espirituales que ofrece a la comunidad.

Hoy en día, esta iglesia comparte la cuadra con otros templos protestantes históricos, como la iglesia presbiteriana Príncipe de Paz, y se encuentra muy cerca de la ruina de la Antigua Iglesia Anglicana de Cristo. Todas estas construcciones son testimonio de una etapa poco conocida pero fundamental en la historia religiosa de México.

La Iglesia Metodista El Mesías es mucho más que un edificio antiguo: es parte viva del patrimonio histórico y espiritual de la Ciudad de México. Si pasas por Balderas, date un respiro, observa su arquitectura y, si puedes, entra a conocer este espacio de calma y reflexión.

La Profesa, Oratorio de San Felipe Neri, un rincón lleno de historia, arte y cultura en el Centro Histórico

La Profesa, conocida cariñosamente como “la otra catedral” de la Ciudad de México, se erige de manera austera en la esquina de las calles Madero e Isabel la Católica, en el corazón del centro histórico. Aunque no se conoce con exactitud la fecha de su construcción, su presencia ha marcado una parte importante de la historia de la ciudad por siglos, siendo una de las joyas del barroco mexicano. Si bien hoy en día es menos visitada, sigue siendo un símbolo de serenidad y majestuosidad, tranquila y discreta a tan solo unos metros de la imponente Catedral Metropolitana.

Este templo barroco del siglo XVIII, oficialmente llamado Oratorio de San Felipe Neri, es un lugar lleno de historia. En sus orígenes, fue parte de un complejo arquitectónico más grande conocido como Casa Profesa, donde los jesuitas vivieron y realizaron su labor misionera. Aquí, los sacerdotes hicieron un voto de obediencia exclusiva al Papa, comprometiéndose a trabajar en la evangelización. La primera iglesia en este sitio, conocida como el Templo de San José el Real, fue inaugurada en 1610, pero fue reemplazada por el templo que hoy conocemos, diseñado por el arquitecto Pedro de Arrieta entre 1714 y 1720, con el patrocinio del marqués de Villapuente y su esposa.

Un capítulo crucial en la historia de La Profesa ocurrió en 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados de los dominios españoles, y el templo pasó a manos de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. A partir de ese momento, la iglesia adoptó una nueva identidad y continuó siendo un importante centro de oración y cultura. Incluso, tras un devastador terremoto en 1768 que destruyó la iglesia original, La Profesa se mantuvo como un símbolo de resistencia y fe.

En el siglo XIX, el templo experimentó una transformación significativa. Fue en esta época cuando se introdujo el estilo neoclásico en su interior, con la intervención del célebre arquitecto Manuel Tolsá, quien diseñó el retablo mayor dedicado a San Felipe Neri. A partir de ese momento, La Profesa se llenó de una nueva energía artística, con frescos en la cúpula, esculturas y una colección de arte religioso impresionante que hoy día sigue siendo uno de sus mayores atractivos.

Además de su arquitectura, La Profesa se distingue por su galería de arte, conocida como la Pinacoteca, que alberga obras de los siglos XVII, XVIII y XIX. Esta galería, inaugurada en 1978 tras una lujosa rehabilitación, sigue siendo un espacio para apreciar la riqueza de la pintura mexicana y europea, con obras que abarcan tanto la devoción religiosa como la riqueza cultural de la época virreinal.

Un episodio peculiar en la historia de La Profesa tuvo lugar en 1821, cuando fue escenario de una importante conspiración contra el movimiento independentista de México. En sus muros se gestaba una conspiración para instaurar una monarquía en el país, impulsada por quienes simpatizaban con la idea de un monarca absoluto nacido en España. Afortunadamente, el plan no prosperó, pero la memoria de esos encuentros secretos quedó impregnada en la historia de este templo.

A lo largo de los siglos, La Profesa también ha sido testigo de momentos de tensión en la historia del país. Durante la Guerra Cristera de 1926-1929, cuando la persecución contra las iglesias y clérigos se intensificó, La Profesa asumió temporalmente el rol de catedral provisional de la Ciudad de México. Más tarde, en 1931, un atentado con una bomba casera en sus instalaciones no causó grandes daños, pero subrayó la relevancia de este templo como un punto de resistencia y fe en tiempos difíciles.

Hoy en día, La Profesa sigue siendo un lugar de culto y un centro cultural vital en el centro histórico de la Ciudad de México. Su biblioteca, con más de 8,000 libros antiguos, y su pinacoteca continúan resguardando el legado de los siglos pasados, ofreciendo a las y los visitantes un espacio de reflexión y aprendizaje. Aunque no es tan conocida como otros monumentos emblemáticos de la ciudad, La Profesa sigue siendo un recordatorio del pasado religioso y cultural de la capital mexicana, un lugar que invita a las y los transeúntes a detenerse y sumergirse en su historia profunda y su belleza atemporal.

La próxima vez que pases por la calle Madero, no olvides mirar hacia La Profesa y rendir homenaje a este silencioso guardián de la historia, un templo que, con su serenidad y majestuosidad, continúa siendo una de las piezas clave en el corazón de la Ciudad de México.

Dirección: Isabel La Católica #21 (esquina Madero), Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Templo y Exconvento de San Francisco, lo que queda del monasterio más grande de Latinoamérica en el Centro Histórico

Si caminas por la siempre animada calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es muy probable que hayas pasado junto a un lugar que guarda siglos de historia bajo su sobria fachada: el Templo y Exconvento de San Francisco. Aunque hoy solo queda una parte del complejo original, este sitio fue, en su época, nada menos que el monasterio más grande de toda la Nueva España.

La historia del lugar comienza en 1525, cuando los primeros frailes franciscanos, recién llegados de Europa, establecieron aquí su sede principal. Ocupaban nada menos que los antiguos jardines zoológicos de Moctezuma II y desde ahí impulsaron la evangelización en todo el territorio. ¡Imagínate eso! En su mejor momento, el complejo se extendía por más de 32 mil metros cuadrados, abarcando desde la actual calle de Madero hasta Venustiano Carranza y de Gante hasta el Eje Central.

Aquí también floreció el conocimiento. La Biblioteca del Convento Grande de San Francisco, considerada una de las más antiguas y grandes de la Nueva España, albergaba colecciones únicas, como la Laurea Evangélica Americana, y al menos 20 incunables —esos libros rarísimos impresos antes del año 1501—. Hoy, parte de ese tesoro se conserva en la Biblioteca Nacional de México.

El templo actual, que aún puedes visitar, no fue el primero ni el segundo… sino el tercero que se construyó en este terreno difícil por su suelo lacustre. La obra que vemos hoy se levantó entre 1710 y 1716, iniciando simbólicamente un 4 de noviembre, día de San Carlos. A un costado, en 1766, se construyó la hermosa capilla de Balvanera, que hoy sirve como entrada principal, ya que la entrada original del templo está bloqueada por otro edificio sobre la calle Gante.

¿Y qué hay de su arquitectura? La fachada de la capilla de Balvanera se atribuye al gran Lorenzo Rodríguez, el genio del barroco novohispano que también diseñó el Sagrario Metropolitano. Aunque sobria por fuera, al entrar al templo quedarás deslumbradx por su interior y especialmente por el retablo, que es simplemente espectacular.

Pero este lugar no solo fue importante para los frailes o los estudiosos. También fue testigo de momentos muy curiosos de la historia. Por ejemplo, ¿sabías que aquí se bautizaron varios japoneses que llegaron a Nueva España en las primeras expediciones del siglo XVII? En 1611 y 1614, durante la embajada del samurái Tsunenaga Hasekura, más de 20 japoneses fueron bautizados en esta iglesia como parte de una misión diplomática que los llevó hasta España y Roma. ¡Una historia digna de película!

Lamentablemente, tras las Leyes de Reforma y la venta del inmueble en 1868, gran parte del exconvento fue demolido y su terreno se fraccionó. Hoy, en lo que alguna vez fueron sus patios y corredores, se alzan edificios tan emblemáticos como la Torre Latinoamericana, el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, la iglesia metodista de la Santísima Trinidad y hasta una librería del Fondo de Cultura Económica.

Así que la próxima vez que camines por Madero, date un momento para asomarte a esta joya del pasado. El atrio de la Capilla de Balvanera, que da justo a la avenida, sigue siendo punto de encuentro y espacio de exposiciones. Aunque el gigantesco monasterio ya no esté, su historia sigue muy viva, entre retablos dorados, muros centenarios y el bullicio del Centro Histórico.

Dirección: Avenida Madero #7, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Casa de los Azulejos (Sanborns), una joya de talavera en pleno corazón de la CDMX

Si caminas por la calle peatonal de Madero en el Centro Histórico de la Ciudad de México, hay un edificio que inevitablemente roba miradas: se trata de la Casa de los Azulejos o el Sanborns de los Azulejos, una verdadera obra de arte arquitectónica que brilla con miles de azulejos de talavera poblana. Su fachada azul y blanca, que parece sacada de un cuento barroco, la ha convertido en uno de los lugares más emblemáticos y fotografiados del centro de la capital mexicana.Una mansión con linaje (y un toque de drama

Aunque todxs la conocen como Casa de los Azulejos, su nombre original es mucho más formal: el Palacio de los Condes del Valle de Orizaba. Sí, como suena: condes, títulos nobiliarios y todo el glamour virreinal que eso implica. Este elegante palacio fue construido en el siglo XVI, pero tomó su forma actual en el siglo XVIII, cuando Graciana Suárez de Peredo, séptima condesa del Valle de Orizaba, decidió embellecer la casona familiar recubriendo su fachada con azulejos poblanos y finos detalles en cantera. El resultado fue tan espectacular que el edificio pasó a llamarse en aquel entonces el “Palacio Azul”.

La historia de esta casa comienza con la unión de dos propiedades señoriales: una al norte y otra al sur de un antiguo callejón, justo frente a lo que hoy es el convento de San Francisco. Las casas pasaron por varias manos hasta que llegaron a la familia Vivero, que con el tiempo heredó el título de condes del Valle de Orizaba. Uno de los primeros en vivir aquí fue Luis de Vivero, hijo del primer conde y nieto del importante virrey y gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero y Aberrucia. Aunque Luis unió las dos casas, fue su descendiente Graciana quien las transformó en el icónico palacio que admiramos hoy.

Los trabajos de remodelación en 1737 estuvieron a cargo del maestro Diego Durán Berruecos, quien no solo colocó los azulejos de talavera en la fachada, sino que también talló en cantera los arcos, balcones, columnas, puertas y ventanas. Todo para que la Casa de los Azulejos no pasara desapercibida entre las calles más transitadas del virreinato.

Y vaya que no pasó desapercibida. El 27 de septiembre de 1821, cuando Agustín de Iturbide hizo su entrada triunfal a la ciudad al frente del Ejército Trigarante, un arco de flores y guirnaldas fue levantado justo frente al edificio, y los balcones de la casa se engalanaron con terciopelos carmesí para celebrar la consumación de la Independencia. El momento quedó inmortalizado en una acuarela anónima, donde la Casa de los Azulejos aparece como testigo silencioso de la historia.

No todo ha sido esplendor y decoración. La Casa de los Azulejos también ha sido escenario de tragedias dignas de una novela. Durante el Motín de la Acordada, un evento caótico que sacudió la ciudad, Andrés Diego Suárez de Peredo, descendiente de los condes, fue asesinado en las escaleras del patio por el oficial Manuel Palacios. ¿La razón? Palacios estaba enamorado de una joven de la familia y, al no recibir el visto bueno, optó por la peor de las venganzas. Fue ejecutado por garrote vil frente a la Plaza de Guardiola.

Con el paso del tiempo, los títulos nobiliarios fueron suprimidos en México, y muchos de los escudos de armas que decoraban palacios como este fueron eliminados. Sin embargo, uno sobrevivió: el que está dentro del edificio, justo debajo del mural “Omnisciencia”, el cual conserva una frase digna de bordarse en un cojín: Fuerza ajena ni le toca ni le prende, solo su virtud le ofende.

Después de la Independencia, la Casa de los Azulejos pasó de mano en mano: fue residencia de la familia Yturbe Idaroff, sede del exclusivo Jockey Club de México en tiempos de Porfirio Díaz (ese que amaba todo lo francés), y hasta albergó por un corto periodo a la Casa del Obrero Mundial. El poeta Manuel Gutiérrez Nájera la inmortalizó en su poema La Duquesa Job, aludiendo a sus salones como parte del paisaje social de la ciudad.

Finalmente, en el siglo XX, el edificio encontró su vocación más democrática: convertirse en la casa matriz de Sanborns. Desde entonces, es café, restaurante, tienda y salón para el brunch dominical de miles de chilangos y chilangas, así como de turistas por igual. ¿Quién no se ha tomado un chocolate caliente con pan dulce bajo su impresionante techo de vitrales?

Hoy, la Casa de los Azulejos sigue brillando en plena esquina de Madero y Cinco de Mayo, no solo como símbolo del pasado virreinal, sino como un punto de encuentro cultural, histórico y gastronómico. Su fachada cubierta de talavera, su elegante patio interior, sus escaleras majestuosas y ese aire de “he visto siglos pasar” la convierten en una parada obligatoria para quien quiera entender —y saborear— un pedacito del alma de la Ciudad de México.

Así que la próxima vez que pases por ahí, no olvides mirar hacia arriba, admirar los detalles, y tal vez entrar por un café quemado… porque pocos lugares combinan tan bien el barroco novohispano con un club sándwich.

Dirección: Av. Francisco I. Madero #4, Centro Histórico, Ciudad de México,CDMX

Castillo de Chapultepec, un pedacito de historia en las alturas de la CDMX

Si hay un lugar que guarda siglos de historias, batallas, sueños imperiales y paseos de virreyes, ese es el Castillo de Chapultepec. Ubicado en la primera sección del famoso bosque del mismo nombre, este imponente edificio se alza a 2325 metros sobre el nivel del mar, dominando con orgullo una vista espectacular del Valle de México (que en realidad es una cuenca). Nada mal para un castillo que comenzó su vida como una simple casa de descanso.

La historia del Castillo arranca allá por 1785, cuando Bernardo de Gálvez, virrey de la Nueva España, ordenó su construcción sobre los restos de una antigua ermita dedicada al Arcángel Miguel. Ingenieros como Francisco Bambitelli y Manuel Agustín Mascaró pusieron manos a la obra, pero las cosas no salieron como esperaban: problemas financieros y la muerte de Gálvez dejaron el proyecto abandonado. Durante años, el sitio fue más un cascarón de piedra que otra cosa, hasta que en 1806 el Ayuntamiento de México decidió hacerse cargo.

No pasó mucho tiempo antes de que el Heroico Colegio Militar encontrara en el castillo el lugar perfecto para instalarse. A partir de 1843, el edificio se llenó de jóvenes cadetes, y se construyó el famoso torreón “Caballero Alto“, que le dio esa apariencia de fortaleza que tanto lo caracteriza. Y justo fue en esta etapa cuando el Castillo de Chapultepec escribió una de las páginas más épicas de su historia: la Batalla de Chapultepec de 1847, durante la intervención estadounidense. El castillo se convirtió en el último bastión de defensa nacional, y aunque finalmente cayó tras un feroz asedio, su resistencia quedó grabada en la memoria colectiva de México. ¡Sí, esta fue la batalla de los Niños Héroes!

¿Y qué pasó después? Bueno, el castillo pasó de ser escenario de guerra a convertirse en el hogar de presidentes y emperadores. Miguel Miramón fue el primero en usarlo como residencia presidencial, pero quienes realmente dejaron huella fueron Maximiliano de Habsburgo y Carlota. Al llegar a México durante el Segundo Imperio, se enamoraron perdidamente de las vistas desde Chapultepec y decidieron convertirlo en su “Palacio Imperial“. Para darle un toque europeo, mandaron a remodelarlo al estilo neoclásico parisino, añadiendo jardines, balcones y murales que aún hoy se pueden admirar.

Con la restauración de la República, el castillo siguió siendo hogar de varios presidentes, incluyendo a Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz y Francisco I. Madero. De hecho, fue durante el porfiriato que el edificio recibió varios de sus toques más elegantes: ascensores de época, un precioso corredor de vitrales conocido como la Galería de Emplomados, y la emblemática “escalera de los leones“, hecha de mármol blanco y con pasamanos de latón. Todo un derroche de estilo.

Finalmente, en 1944, bajo el mandato de Lázaro Cárdenas, el Castillo de Chapultepec encontró su vocación definitiva: convertirse en el Museo Nacional de Historia. Desde entonces, sus salones albergan más de cien mil piezas históricas y artísticas que cuentan la historia de México, desde la época prehispánica hasta el siglo XX.

Hoy en día, recorrer el Castillo de Chapultepec es como viajar en el tiempo: caminar por sus pasillos adornados, asomarse a sus terrazas que miran a la ciudad, y maravillarse con sus jardines y vitrales, es una experiencia que conecta pasado y presente. Así que ya sabes, la próxima vez que pases por el Bosque de Chapultepec, no olvides mirar hacia las alturas… porque allá arriba, entre nubes de historia, te espera un castillo como ningún otro.