En pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, a unos pasos de la Alameda Central y sobre la transitada avenida Hidalgo, se encuentra un rincón lleno de historia, espiritualidad y belleza: la Plaza de Santa Veracruz. Aunque muchas veces pasa desapercibida por quienes se apresuran hacia el Museo Franz Mayer o el Museo Nacional de la Estampa, esta plaza es un tesoro urbano que ha sobrevivido al paso de los siglos, los sismos y los incendios.
Un lugar con cinco siglos de historia
La Plaza de Santa Veracruz se estableció en el siglo XVI y ha mantenido, sorprendentemente, su trazo original desde entonces. En sus inicios, este espacio era parte del atrio de la Iglesia de la Santa Veracruz, una de las parroquias más antiguas de la ciudad, cuya historia se remonta a una hermandad fundada por Hernán Cortés en agradecimiento por haber llegado a Veracruz un Viernes Santo de 1519.
La parroquia sin campana… y con mucha historia
La actual Iglesia de la Santa Veracruz fue construida entre 1759 y 1776 en estilo barroco, con una majestuosa fachada churrigueresca que aún se puede admirar. Se le conocía como “la parroquia sin campana” porque, aunque sus torres se terminaron en el siglo XVIII, su campanario no se instaló sino hasta mediados de 1800. En su interior se veneran imágenes tradicionales como el Cristo de los Siete Velos y la Virgen de los Remedios, esta última también conocida como La Gachupina, una figura ligada a la historia de los españoles en México.
La iglesia fue también el lugar de descanso final del escultor y arquitecto Manuel Tolsá, figura clave del periodo virreinal. Sin embargo, en 2020, un incendio dañó gravemente el templo, que aún permanece en proceso de restauración.
Un espacio que cuenta la historia de la ciudad
Durante siglos, la plaza ha sido testigo de momentos históricos. En 1768, por ejemplo, fue el lugar donde se celebró el funeral colectivo de casi 500 personas que murieron en un terremoto. A lo largo del tiempo, también albergó el Mercado de las Flores, que fue trasladado ahí desde la Catedral Metropolitana en 1927 por su cercanía con agencias funerarias y el Panteón de San Fernando.
En la década de 1960, durante los Juegos Olímpicos de 1968, la plaza vivió una transformación que la convirtió en foro al aire libre y escenario cultural, como se puede ver en la película Los Caifanes.
Un rincón para lectorxs, caminantes y curiosxs
Hoy en día, la Plaza de Santa Veracruz ofrece un respiro del bullicio citadino. Con su vegetación, tres fuentes y las majestuosas fachadas de los templos de Santa Veracruz y San Juan de Dios —éste último parte del antiguo Hospital de los Desamparados, hoy Museo Franz Mayer—, este espacio se ha convertido en un punto de encuentro para coleccionistas de libros que intercambian ejemplares los sábados tras haber participado en subastas en línea.
La plaza también es un alto obligado para quienes siguen rutas culturales por la Alameda Central, la Ruta de Cuepopan o la Colonia Guerrero. Aunque pareciera estar ligeramente hundida, ese detalle arquitectónico cuenta otra parte de su historia: el hundimiento natural del suelo de la ciudad, y los esfuerzos por conservar sus edificaciones originales, como cuando en 1926 se excavó para rescatar parte de la antigua calzada prehispánica de Tlacopac.
Una joya oculta que merece ser visitada
Entre árboles, historia, arte sacro y arquitectura barroca, la Plaza de Santa Veracruz es una de las plazas más bellas y tranquilas del Centro Histórico. Visitarla es caminar sobre siglos de historia y dejarse sorprender por un sitio que sigue latiendo con fuerza en el corazón de la ciudad.
Apasionado de la comida, siempre en busca de nuevos rincones donde disfrutar sabores únicos. Maestro de yoga y meditación, combina su espíritu tranquilo con su amor por la aventura como ciclista urbano. Admirador de la cultura mexicana, explora la magia de la Ciudad de México.