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Templo Metodista de la Santísima Trinidad, historia, arquitectura y secretos en una joya del Centro Histórico

En el bullicio del Centro Histórico de la Ciudad de México, en la tranquila calle de Gante, se esconde un lugar lleno de historia, espiritualidad… ¡y hasta circo! Hablamos del Templo Metodista de la Santísima Trinidad, una joya arquitectónica que guarda secretos de más de 400 años.

Este templo ocupa nada menos que el terreno que perteneció al antiguo claustro del Monasterio de San Francisco, fundado en 1524 sobre las ruinas de la mismísima Tenochtitlan. Aquí llegaron los primeros doce franciscanos encabezados por fray Martín de Valencia, y también Pedro de Gante, quien venía con una misión evangelizadora. De hecho, justo donde hoy se alza el templo, Moctezuma tenía su casa de las fieras, una especie de zoológico imperial. ¡Qué tal la transformación de espacio!

El claustro que vemos hoy fue reconstruido en 1649 por fray Buenaventura de Salinas y llegó a tener trescientas celdas, dos comedores gigantescos y un sinfín de actividades religiosas y administrativas que marcaron la vida virreinal de la Nueva España. Más tarde, en 1701, el cantero Antonio de Rojas amplió el conjunto y Pedro de Arrieta (sí, el mismo que hizo la Iglesia de la Profesa y el Hospicio de los Pobres) diseñó su elegante escalera principal.

Pero los tiempos cambian… y los usos también. En pleno siglo XIX, con las Leyes de Reforma, el claustro se dividió y fue pasando de mano en mano. En 1866, el famoso cirquero italiano Giuseppe Chiarini lo convirtió en un espectáculo de entretenimiento —literalmente— y hasta abrió la entrada por la calle de Gante, que más tarde sería usada por la iglesia. ¡Imagina elefantes caminando donde hoy hay bancas y vitrales!

Finalmente, en 1873, el edificio fue adquirido por la Iglesia Metodista Episcopal de Nueva York, que lo dedicó a la Santísima Trinidad. El arquitecto Luis G. Carrillo diseñó su fachada, de inspiración neogótica, que recuerda a los templos ingleses: tres niveles, un campanario central, ventanas ojivales, columnas románicas y relieves que evocan castillos medievales. El interior es igual de impresionante: arcos labrados en cantera, columnas toscanas, relieves decorativos y un patio cubierto con estructura metálica.

Afuera, una escultura de la Biblia, hecha por la reconocida artista Tosia Malamud, da la bienvenida a las y los visitantes. Y no muy lejos de ahí, una figura de Pedro de Gante —regalo del gobierno belga— recuerda los orígenes de esta historia de fe y transformación.

Este templo no solo representa un capítulo importante en la historia del metodismo en México (que arrancó con mineros ingleses en Real del Monte allá por 1826), sino también en la historia de la arquitectura, la evangelización y hasta el entretenimiento popular. Hoy, sigue en pie como un espacio de encuentro, oración y memoria. Fue declarado monumento histórico en 1931, así que si andas por el Centro, no dudes en darte una vuelta: cada piedra aquí tiene algo que contar.

Dirección: Fray Pedro de Gante #5, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Templo y Exconvento de San Francisco, lo que queda del monasterio más grande de Latinoamérica en el Centro Histórico

Si caminas por la siempre animada calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es muy probable que hayas pasado junto a un lugar que guarda siglos de historia bajo su sobria fachada: el Templo y Exconvento de San Francisco. Aunque hoy solo queda una parte del complejo original, este sitio fue, en su época, nada menos que el monasterio más grande de toda la Nueva España.

La historia del lugar comienza en 1525, cuando los primeros frailes franciscanos, recién llegados de Europa, establecieron aquí su sede principal. Ocupaban nada menos que los antiguos jardines zoológicos de Moctezuma II y desde ahí impulsaron la evangelización en todo el territorio. ¡Imagínate eso! En su mejor momento, el complejo se extendía por más de 32 mil metros cuadrados, abarcando desde la actual calle de Madero hasta Venustiano Carranza y de Gante hasta el Eje Central.

Aquí también floreció el conocimiento. La Biblioteca del Convento Grande de San Francisco, considerada una de las más antiguas y grandes de la Nueva España, albergaba colecciones únicas, como la Laurea Evangélica Americana, y al menos 20 incunables —esos libros rarísimos impresos antes del año 1501—. Hoy, parte de ese tesoro se conserva en la Biblioteca Nacional de México.

El templo actual, que aún puedes visitar, no fue el primero ni el segundo… sino el tercero que se construyó en este terreno difícil por su suelo lacustre. La obra que vemos hoy se levantó entre 1710 y 1716, iniciando simbólicamente un 4 de noviembre, día de San Carlos. A un costado, en 1766, se construyó la hermosa capilla de Balvanera, que hoy sirve como entrada principal, ya que la entrada original del templo está bloqueada por otro edificio sobre la calle Gante.

¿Y qué hay de su arquitectura? La fachada de la capilla de Balvanera se atribuye al gran Lorenzo Rodríguez, el genio del barroco novohispano que también diseñó el Sagrario Metropolitano. Aunque sobria por fuera, al entrar al templo quedarás deslumbradx por su interior y especialmente por el retablo, que es simplemente espectacular.

Pero este lugar no solo fue importante para los frailes o los estudiosos. También fue testigo de momentos muy curiosos de la historia. Por ejemplo, ¿sabías que aquí se bautizaron varios japoneses que llegaron a Nueva España en las primeras expediciones del siglo XVII? En 1611 y 1614, durante la embajada del samurái Tsunenaga Hasekura, más de 20 japoneses fueron bautizados en esta iglesia como parte de una misión diplomática que los llevó hasta España y Roma. ¡Una historia digna de película!

Lamentablemente, tras las Leyes de Reforma y la venta del inmueble en 1868, gran parte del exconvento fue demolido y su terreno se fraccionó. Hoy, en lo que alguna vez fueron sus patios y corredores, se alzan edificios tan emblemáticos como la Torre Latinoamericana, el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, la iglesia metodista de la Santísima Trinidad y hasta una librería del Fondo de Cultura Económica.

Así que la próxima vez que camines por Madero, date un momento para asomarte a esta joya del pasado. El atrio de la Capilla de Balvanera, que da justo a la avenida, sigue siendo punto de encuentro y espacio de exposiciones. Aunque el gigantesco monasterio ya no esté, su historia sigue muy viva, entre retablos dorados, muros centenarios y el bullicio del Centro Histórico.

Dirección: Avenida Madero #7, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Casa de los Azulejos (Sanborns), una joya de talavera en pleno corazón de la CDMX

Si caminas por la calle peatonal de Madero en el Centro Histórico de la Ciudad de México, hay un edificio que inevitablemente roba miradas: se trata de la Casa de los Azulejos o el Sanborns de los Azulejos, una verdadera obra de arte arquitectónica que brilla con miles de azulejos de talavera poblana. Su fachada azul y blanca, que parece sacada de un cuento barroco, la ha convertido en uno de los lugares más emblemáticos y fotografiados del centro de la capital mexicana.Una mansión con linaje (y un toque de drama

Aunque todxs la conocen como Casa de los Azulejos, su nombre original es mucho más formal: el Palacio de los Condes del Valle de Orizaba. Sí, como suena: condes, títulos nobiliarios y todo el glamour virreinal que eso implica. Este elegante palacio fue construido en el siglo XVI, pero tomó su forma actual en el siglo XVIII, cuando Graciana Suárez de Peredo, séptima condesa del Valle de Orizaba, decidió embellecer la casona familiar recubriendo su fachada con azulejos poblanos y finos detalles en cantera. El resultado fue tan espectacular que el edificio pasó a llamarse en aquel entonces el “Palacio Azul”.

La historia de esta casa comienza con la unión de dos propiedades señoriales: una al norte y otra al sur de un antiguo callejón, justo frente a lo que hoy es el convento de San Francisco. Las casas pasaron por varias manos hasta que llegaron a la familia Vivero, que con el tiempo heredó el título de condes del Valle de Orizaba. Uno de los primeros en vivir aquí fue Luis de Vivero, hijo del primer conde y nieto del importante virrey y gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero y Aberrucia. Aunque Luis unió las dos casas, fue su descendiente Graciana quien las transformó en el icónico palacio que admiramos hoy.

Los trabajos de remodelación en 1737 estuvieron a cargo del maestro Diego Durán Berruecos, quien no solo colocó los azulejos de talavera en la fachada, sino que también talló en cantera los arcos, balcones, columnas, puertas y ventanas. Todo para que la Casa de los Azulejos no pasara desapercibida entre las calles más transitadas del virreinato.

Y vaya que no pasó desapercibida. El 27 de septiembre de 1821, cuando Agustín de Iturbide hizo su entrada triunfal a la ciudad al frente del Ejército Trigarante, un arco de flores y guirnaldas fue levantado justo frente al edificio, y los balcones de la casa se engalanaron con terciopelos carmesí para celebrar la consumación de la Independencia. El momento quedó inmortalizado en una acuarela anónima, donde la Casa de los Azulejos aparece como testigo silencioso de la historia.

No todo ha sido esplendor y decoración. La Casa de los Azulejos también ha sido escenario de tragedias dignas de una novela. Durante el Motín de la Acordada, un evento caótico que sacudió la ciudad, Andrés Diego Suárez de Peredo, descendiente de los condes, fue asesinado en las escaleras del patio por el oficial Manuel Palacios. ¿La razón? Palacios estaba enamorado de una joven de la familia y, al no recibir el visto bueno, optó por la peor de las venganzas. Fue ejecutado por garrote vil frente a la Plaza de Guardiola.

Con el paso del tiempo, los títulos nobiliarios fueron suprimidos en México, y muchos de los escudos de armas que decoraban palacios como este fueron eliminados. Sin embargo, uno sobrevivió: el que está dentro del edificio, justo debajo del mural “Omnisciencia”, el cual conserva una frase digna de bordarse en un cojín: Fuerza ajena ni le toca ni le prende, solo su virtud le ofende.

Después de la Independencia, la Casa de los Azulejos pasó de mano en mano: fue residencia de la familia Yturbe Idaroff, sede del exclusivo Jockey Club de México en tiempos de Porfirio Díaz (ese que amaba todo lo francés), y hasta albergó por un corto periodo a la Casa del Obrero Mundial. El poeta Manuel Gutiérrez Nájera la inmortalizó en su poema La Duquesa Job, aludiendo a sus salones como parte del paisaje social de la ciudad.

Finalmente, en el siglo XX, el edificio encontró su vocación más democrática: convertirse en la casa matriz de Sanborns. Desde entonces, es café, restaurante, tienda y salón para el brunch dominical de miles de chilangos y chilangas, así como de turistas por igual. ¿Quién no se ha tomado un chocolate caliente con pan dulce bajo su impresionante techo de vitrales?

Hoy, la Casa de los Azulejos sigue brillando en plena esquina de Madero y Cinco de Mayo, no solo como símbolo del pasado virreinal, sino como un punto de encuentro cultural, histórico y gastronómico. Su fachada cubierta de talavera, su elegante patio interior, sus escaleras majestuosas y ese aire de “he visto siglos pasar” la convierten en una parada obligatoria para quien quiera entender —y saborear— un pedacito del alma de la Ciudad de México.

Así que la próxima vez que pases por ahí, no olvides mirar hacia arriba, admirar los detalles, y tal vez entrar por un café quemado… porque pocos lugares combinan tan bien el barroco novohispano con un club sándwich.

Dirección: Av. Francisco I. Madero #4, Centro Histórico, Ciudad de México,CDMX

Hotel de la Bella Unión, el primer hotel de México que hoy está olvidado

Si alguna vez caminas por la calle Palma, justo en la esquina con 16 de Septiembre, detente un momento y mira bien el edificio que tienes enfrente. Tal vez ahora sea una tienda de ropa con letreros de rebajas, pero en el siglo XIX ahí funcionó el primer hotel de México: el legendario Hotel de la Bella Unión. Y créenos… ¡vaya que tiene historia!

Corría el año de 1840 cuando el ingeniero militar italiano José Besozzi se aventó la proeza de construir este edificio en tan solo cinco meses. No solo fue pionero por ser el primer edificio planeado para funcionar como hotel, también fue el primero en usar estructura metálica con ladrillo, algo totalmente novedoso para una ciudad acostumbrada al tezontle y la arquitectura colonial.

Con una fachada de estilo afrancesado, sin adornos extravagantes pero sí con bustos de los primeros presidentes de México, la Bella Unión tenía un aire europeo que fascinaba a las y los visitantes. Y por dentro… ¡lujo puro! Habitaciones cómodas, un restaurante que servía delicias inéditas como crema chantilly y helados de tres sabores. 😋 ¡Era lo más chic de su época!

Pero como en toda gran historia, llegó el giro dramático: en 1847, durante la intervención estadounidense, el hotel fue tomado por los soldados yanquis. Lo convirtieron en cantina, salón de juegos, prostíbulo y hasta pista de baile. El mismísimo Guillermo Prieto lo mencionó, describiendo la intensidad y el escándalo que se vivía ahí. Incluso, desde este hotel salieron los soldados que izaron la bandera estadounidense en el Palacio Nacional, un episodio clave en la historia de México.

Y si crees que eso fue todo… ¡espera! Años antes, en 1850, el político Juan de Dios Cañedo fue brutalmente asesinado en una habitación del hotel con 30 puñaladas. 😱

Durante el Porfiriato, aún figuraba entre los hoteles más importantes de la capital, junto al Iturbide, el Colón y el Café Anglais. Pero poco a poco su fama se fue apagando, hasta cerrar como hotel. Hoy, aunque ya no recibe huéspedes, el edificio sigue en pie y guarda en sus muros más historia que muchos museos.

Así que ya sabes: la próxima vez que pases por el número 37 de Palma, mira hacia arriba. Ahí, detrás de los anuncios modernos, sigue viva la memoria de un lugar que fue el primer gran hotel del país, testigo de revoluciones, invasiones, escándalos… y muchos helados de tres sabores.

Dirección: Avenida Palma #37, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX, Ciudad de México, CDMX

Edificio Cántabro, una joya olvidada con atlantes en pleno Centro Histórico

Si alguna vez has caminado por la calle 5 de Mayo, en el corazón de la Ciudad de México, es muy probable que hayas volteado a ver una fachada que parece sacada de otro tiempo. Cuatro gigantes de piedra —los famosos atlantes del Edificio Cántabro— cargan con elegancia y fuerza una de las construcciones más fotografiadas (y misteriosas) del Centro Histórico. Pero ¿qué historia se esconde detrás de esos hombros de cantera?

Todo comenzó en 1885, cuando un empresario español, Ricardo Sainz, llegó desde Ogarrio, un pequeño poblado de Cantabria, con la mirada puesta en una ciudad que vivía su propio boom: el de los tranvías, los cafés elegantes y los edificios al estilo europeo. Fue entonces cuando decidió levantar un hotel que estuviera a la altura del esplendor porfiriano, justo en una de las calles más transitadas y vibrantes de la capital.

Así nació el Hotel Cántabro, un alojamiento exclusivo pensado para viajeros nacionales y extranjeros que buscaban hospedarse a unos pasos del Zócalo. Su arquitectura ecléctica y su monumental fachada no pasaban desapercibidas ni entonces… ni ahora.

Y es que los atlantes del edificio no solo son un adorno impresionante: estas esculturas masculinas, poco comunes en la CDMX de finales del siglo XIX, representaban el ideal de fuerza, modernidad y buen gusto. Desde entonces, se convirtieron en íconos visuales del Centro Histórico y hasta hoy siguen robándose las miradas (y las selfies).

Con el paso del tiempo, el hotel cambió de nombre, de función y hasta de interiorismo, pero su esencia sigue viva. Hoy, en su planta baja se encuentra el Restaurante Mercaderes, un rincón de alta cocina mexicana que también es enoteca, con más de 280 etiquetas de vino para maridar la experiencia.

Así que ya sabes: la próxima vez que andes por el Centro, haz una pausa en el número 57 de 5 de Mayo. Alza la vista, saluda a los atlantes y deja que el Edificio Cántabro te cuente, sin decir palabra, más de un siglo de historia.

Dirección: Avenida 5 de Mayo #59, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX, Ciudad de México, CDMX

Casa Luis Barragán, un rincón de arte y magia en la CDMX

En el corazón de la colonia Daniel Garza, al poniente de la Ciudad de México, hay un pequeño tesoro que guarda la esencia de uno de los arquitectos más queridos de México: la Casa Luis Barragán. Construida en 1948, esta casa-taller fue el refugio, laboratorio de ideas y hogar de Luis Barragán, un creador que supo mezclar lo tradicional y lo moderno como pocos en el mundo.

Esta joya arquitectónica ocupa 1162 metros cuadrados —entre construcción y áreas verdes— y está tan bien conservada que parece que Barragán todavía anda por ahí pensando en su próximo proyecto. De hecho, es uno de los pocos lugares en América Latina que la UNESCO ha nombrado Patrimonio Mundial, ¡y no es para menos! Cada rincón de esta casa refleja el genio de Barragán: sus muros sobrios y sus espacios íntimos te invitan a desconectarte del bullicio y a conectar con la belleza sencilla y profunda.

La elección de su ubicación dice mucho: en lugar de instalarse en los exclusivos Jardines del Pedregal (que él mismo ayudó a diseñar), Barragán prefirió el ambiente popular de Tacubaya, rodeado de vecindades, tienditas y talleres. Su fachada discreta se camufla entre las construcciones del barrio, pero basta cruzar la puerta para descubrir un mundo de colores, texturas y luces pensado para la contemplación.

Hoy, la Casa Luis Barragán funciona como museo. Eso sí, solo puedes visitarla en recorridos guiados para grupos —porque este lugar se cuida con todo el cariño que merece. Si quieres lanzarte, la estación de Metro más cercana es Constituyentes, así que no hay pretexto para perderte esta experiencia única.

Además, visitar la casa es también un homenaje a la vida de su autor. Nacido en Guadalajara en 1902, Barragán recorrió Europa y se enamoró de los jardines mediterráneos, lo que marcó para siempre su manera de concebir el espacio. A lo largo de su carrera, no solo diseñó casas hermosas, sino que también dejó huella en proyectos como Jardines del Pedregal, Las Arboledas y hasta las famosas Torres de Satélite (en colaboración con Mathias Goeritz).

En 1980, su talento fue reconocido a lo grande con el Premio Pritzker —el “Nobel” de la arquitectura—, y aunque el Parkinson limitó sus últimos años, su legado sigue vivo en cada muro, cada jardín y cada juego de luz que diseñó con maestría.

Así que ya sabes: si quieres sumergirte en la mente de un genio y ver de cerca una verdadera obra de arte habitable, no dejes de visitar la Casa Luis Barragán. ¡Te prometemos que vas a salir inspiradx!

Prepara tu Visita
Dirección:
 Gral. Francisco Ramírez #12, Ampliación Daniel Garza, Ciudad de México, CDMX
Costo por persona: Desde $400 pesos
Horario: Lunes a jueves de 12:00 a 14:30 hrs. (solo previa cita)
Página Web: casaluisbarragan.org
Instagram: instagram.com/casaluisbarragan
Facebook: facebook.com/www.casaluisbarragan.org

Castillo de Chapultepec, un pedacito de historia en las alturas de la CDMX

Si hay un lugar que guarda siglos de historias, batallas, sueños imperiales y paseos de virreyes, ese es el Castillo de Chapultepec. Ubicado en la primera sección del famoso bosque del mismo nombre, este imponente edificio se alza a 2325 metros sobre el nivel del mar, dominando con orgullo una vista espectacular del Valle de México (que en realidad es una cuenca). Nada mal para un castillo que comenzó su vida como una simple casa de descanso.

La historia del Castillo arranca allá por 1785, cuando Bernardo de Gálvez, virrey de la Nueva España, ordenó su construcción sobre los restos de una antigua ermita dedicada al Arcángel Miguel. Ingenieros como Francisco Bambitelli y Manuel Agustín Mascaró pusieron manos a la obra, pero las cosas no salieron como esperaban: problemas financieros y la muerte de Gálvez dejaron el proyecto abandonado. Durante años, el sitio fue más un cascarón de piedra que otra cosa, hasta que en 1806 el Ayuntamiento de México decidió hacerse cargo.

No pasó mucho tiempo antes de que el Heroico Colegio Militar encontrara en el castillo el lugar perfecto para instalarse. A partir de 1843, el edificio se llenó de jóvenes cadetes, y se construyó el famoso torreón “Caballero Alto“, que le dio esa apariencia de fortaleza que tanto lo caracteriza. Y justo fue en esta etapa cuando el Castillo de Chapultepec escribió una de las páginas más épicas de su historia: la Batalla de Chapultepec de 1847, durante la intervención estadounidense. El castillo se convirtió en el último bastión de defensa nacional, y aunque finalmente cayó tras un feroz asedio, su resistencia quedó grabada en la memoria colectiva de México. ¡Sí, esta fue la batalla de los Niños Héroes!

¿Y qué pasó después? Bueno, el castillo pasó de ser escenario de guerra a convertirse en el hogar de presidentes y emperadores. Miguel Miramón fue el primero en usarlo como residencia presidencial, pero quienes realmente dejaron huella fueron Maximiliano de Habsburgo y Carlota. Al llegar a México durante el Segundo Imperio, se enamoraron perdidamente de las vistas desde Chapultepec y decidieron convertirlo en su “Palacio Imperial“. Para darle un toque europeo, mandaron a remodelarlo al estilo neoclásico parisino, añadiendo jardines, balcones y murales que aún hoy se pueden admirar.

Con la restauración de la República, el castillo siguió siendo hogar de varios presidentes, incluyendo a Sebastián Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz y Francisco I. Madero. De hecho, fue durante el porfiriato que el edificio recibió varios de sus toques más elegantes: ascensores de época, un precioso corredor de vitrales conocido como la Galería de Emplomados, y la emblemática “escalera de los leones“, hecha de mármol blanco y con pasamanos de latón. Todo un derroche de estilo.

Finalmente, en 1944, bajo el mandato de Lázaro Cárdenas, el Castillo de Chapultepec encontró su vocación definitiva: convertirse en el Museo Nacional de Historia. Desde entonces, sus salones albergan más de cien mil piezas históricas y artísticas que cuentan la historia de México, desde la época prehispánica hasta el siglo XX.

Hoy en día, recorrer el Castillo de Chapultepec es como viajar en el tiempo: caminar por sus pasillos adornados, asomarse a sus terrazas que miran a la ciudad, y maravillarse con sus jardines y vitrales, es una experiencia que conecta pasado y presente. Así que ya sabes, la próxima vez que pases por el Bosque de Chapultepec, no olvides mirar hacia las alturas… porque allá arriba, entre nubes de historia, te espera un castillo como ningún otro.

Museo del Tiempo, un viaje a través del tiempo y el sonido en el Centro de Tlalpan

Si alguna vez te das una vuelta por el centro de Tlalpan, no pierdas la oportunidad de hacer una parada en un lugar que literalmente te transporta en el tiempo: el Museo del Tiempo México. Este rincón encantador, instalado en una casona del siglo XIX diseñada por el arquitecto Antonio Rivas Mercado (sí, el mismo del Ángel de la Independencia), es mucho más que un museo: es una experiencia sensorial, histórica y sonora que te hará ver —y escuchar— el pasado con otros ojos (¡y oídos!).

Desde su apertura en 2009, este museo único en México y reconocido a nivel internacional, ha reunido una de las colecciones de relojes mecánicos antiguos más grandes del país. Hay piezas que datan desde principios del siglo XVIII hasta nuestros días, todas restauradas y funcionando. Pero eso no es todo: el viaje no se limita a las manecillas del reloj.

¿Te imaginas escuchar música en un fonógrafo del siglo XIX o una rockola de los años 30? Aquí es posible. El Museo del Tiempo también resguarda verdaderos tesoros sonoros: cajas de música, gramófonos, radios antiguos y hasta sinfonolas que siguen regalando melodías originales. Además, podrás conocer cómo estos aparatos transformaron la vida cotidiana, tanto de las élites como del pueblo en general.

Lo mejor de todo es que no es un museo para solo mirar: aquí se vive, se toca (con guía, claro) y se escucha. El recorrido es interactivo y educativo, ideal para familias, estudiantes o simplemente amantes de lo vintage. Cada visita es una lección de historia llena de sorpresas, donde la tecnología de antaño cobra vida.

El museo también organiza charlas, eventos y encuentros con especialistas, todo con el objetivo de conservar y difundir este fascinante patrimonio. Y sí, aunque es una institución privada, ha logrado consolidarse como un espacio cultural de gran valor para México.

Así que ya lo sabes: en la Plaza de la Constitución #7, en el corazón de Tlalpan, te espera este viaje por los sonidos, las horas y los inventos que marcaron época.

Prepara tu Visita
Dirección:
  Plaza de la Constitución #7, Centro de Tlalpan, Ciudad de México, CDMX
Costo por persona: $90 pesos
Página Web: museodeltiempo.com.mx

Museo Casa de la Bola, un viaje en el tiempo en el antiguo barrio de Tacubaya

Si te gusta viajar en el tiempo sin salir de la Ciudad de México, tienes que visitar el Museo Casa de la Bola, una verdadera cápsula del tiempo enclavada en el corazón del barrio de Tacubaya. Esta casona del siglo XVI no solo conserva su esencia virreinal, sino que también te abre la puerta a la elegancia de la alta sociedad mexicana del siglo XIX.

Con trece salones ricamente decorados, aquí encontrarás desde tapices europeos y porcelanas finas hasta relojes, esculturas y muebles que van del siglo XVI al XX. ¿Muebles estilo Boulle? ¿Candiles deslumbrantes? ¿Pieles exóticas? Todo eso y más forma parte de una colección que parece sacada de una película de época.

Pero la Casa de la Bola no es solo un museo: es una experiencia sensorial. Pasear por su patio empedrado y sus corredores sostenidos por columnas de cantera ya es una delicia, pero lo mejor es asomarte desde ahí al jardín romántico de estilo europeo, diseñado en los años cuarenta por su último propietario, don Antonio Haghenbeck y de la Lama. Hay fuentes, esculturas, restos de canales coloniales y una vegetación tan exuberante que parece que el tiempo de verdad se detuvo.

Y hablando de historia, ¿sabías que esta casa fue parte de una antigua finca de olivos y magueyes? Que por aquí pasaron personajes ilustres como la Güera Rodríguez o la Marquesa Calderón de la Barca. ¡Incluso se dice que José Zorrilla, el autor de Don Juan Tenorio, vivió un tiempo en Tacubaya!

Hoy en día, el museo es administrado por la Fundación Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama, que se encarga de conservar este espacio y abrirlo al público. Además, rentan algunos de sus espacios para eventos y filmaciones, lo que ayuda a mantener viva esta joya del patrimonio nacional.

Así que ya lo sabes: si te gusta la historia, la arquitectura, el arte o simplemente perderte entre salones con encanto de otra época, el Museo Casa de la Bola es una parada obligada en tu próxima visita a Tacubaya. ¡Y sí, está a unos pasos del metro Tacubaya!

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Dirección:
  Av. Parque Lira #136, Colonia Tacubaya, Ciudad de México, CDMX
Costo por persona: $90 pesos
Horario: Miércoles a domingo de 10:00 a 17:00 hrs.
Página Web: museoshaghenbeck.mx/museo-casa-de-la-bola
Instagram: instagram.com/museoshaghenbeck
Twitter: x.com/mhaghenbeck
Facebook: facebook.com/museoshaghenbeck

Museo y Palacio de la Autonomía, un museo y edificio con historia e identidad universitaria

Si alguna vez te has topado con el nombre “Palacio de la Autonomía” en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México y te has preguntado qué significa eso de autonomía, este lugar tiene la respuesta… ¡y muchas historias más bajo su techo!

Este imponente edificio de piedra blanca (sí, traída desde Pachuca) no solo llama la atención por su estilo ecléctico y su ubicación privilegiada —justo al ladito del Templo Mayor—, sino porque fue testigo de un momento clave para la educación en México: la lucha por la autonomía universitaria. ¿Qué es eso? Básicamente, el derecho de la universidad a enseñarte lo que quiera, sin que el gobierno meta las manos en los contenidos. Nada mal, ¿no?

Esa conquista, que hoy parece obvia, fue fruto de una gran batalla que libraron estudiantes, profesores e investigadores, y que se ganó en 1929. Desde entonces, a la UNAM siempre se le dice con todas sus letras: Universidad Nacional Autónoma de México. Y este palacio fue el lugar donde se firmaron los papeles que sellaron esa victoria.

Pero su historia viene de mucho, mucho antes. Este terreno fue parte de las tierras que Hernán Cortés repartió tras la caída de Tenochtitlán. Aquí hubo de todo: la Casa de Moneda, el convento de Santa Teresa, una vecindad, una bodega, hasta un cuartel. Ya en tiempos de Porfirio Díaz, se construyó el edificio que ves hoy, que pasó por varias etapas como escuela normal, facultad de odontología, enfermería y preparatoria.

Actualmente, el Palacio de la Autonomía es un espacio cultural de la UNAM donde puedes visitar el Museo de la Autonomía Universitaria, el Salón de la Odontología Mexicana, salas de exposiciones temporales, una muestra arqueológica ¡y hasta la Fonoteca de Radio UNAM! Como quien dice, este edificio habla… y suena.

Además, si te gustan los detalles curiosos, parte de sus cimientos están colocados sobre muros que pertenecieron a la antigua plaza sagrada del Templo Mayor, y hay ventanas especiales que dejan ver restos del viejo convento que alguna vez estuvo ahí.

Así que la próxima vez que pases por las calles Licenciado Verdad y Moneda, tómate un momento para mirar este edificio con otros ojos. El Palacio de la Autonomía no solo es bello por fuera, también está cargado de historia, cultura… ¡y un espíritu universitario que se niega a envejecer!

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Dirección:
  Lic. Primo de Verdad #2, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX
Costo por persona: Entrada Libre
Horario: Lunes a domingo de 10:00 a 18:00 hrs.
Página Web: fundacionunam.org.mx/palacio-de-autonomia
Instagram: instagram.com/palaciodelaautonomia
Twitter: x.com/Museo_Autonomia