Todas las entradas de: Rodrigo Delgado

Apasionado de la comida, siempre en busca de nuevos rincones donde disfrutar sabores únicos. Maestro de yoga y meditación, combina su espíritu tranquilo con su amor por la aventura como ciclista urbano. Admirador de la cultura mexicana, explora la magia de la Ciudad de México.

Venganza de Yoko Ogawa, un recorrido de historias entrelazadas por la intimidad de la venganza

Una mujer que compra una tarta para conmemorar el cumpleaños de su hijo muerto, quien fue encontrado asfixiado dentro de un refrigerador. Una niña que, ante la inminente muerte de su madre, se siente obligada a contactar a su padre ausente. Una anciana obsesionada con cultivar zanahorias con forma de manos. Una mujer que discute con su novio tras enterarse de que, en el departamento de arriba, alguien fue asesinado. La amante de un médico frustrada porque él nunca deja a su esposa. Un curador de un museo de tortura que recorre con frialdad los instrumentos con los que se hizo sufrir a otros. Un hombre cuyo tío, sencillamente, se dejó arrastrar por la vida… y por la muerte.

¿Qué relación podrían tener estos personajes? A simple vista, ninguna. Pero si piensas en la teoría de los seis grados de separación —esa que sostiene que cualquier persona en el mundo puede estar conectada con cualquier otra a través de una cadena de no más de seis conocidxs—, entonces todo comienza a tener sentido. Agrega a eso los encuentros cotidianos con desconocidxs en el transporte, la oficina, o incluso en la calle, y de pronto parece que todas las historias, por extrañas o trágicas que sean, están más cerca de lo que pensamos. ¿Quién sabe con cuántos asesinos te has cruzado sin saberlo? ¿O con cuánta gente cuya vida se ha entrelazado con la tuya sin que lo notes?

La escritora japonesa Yoko Ogawa toma esta idea de conexiones invisibles y la transforma en una inquietante y fascinante obra: Venganza. Esta novela, compuesta por una serie de relatos aparentemente independientes, revela poco a poco cómo cada historia se entrelaza con la siguiente, como piezas de un rompecabezas narrativo donde un gesto mínimo —una llamada equivocada, un una visita al zoológico, una conversación trivial— puede marcar el destino de alguien más.

Más allá de su estructura entrelazada, lo que hace a Venganza verdaderamente poderosa es su temática: todas las historias giran en torno a ese impulso primario, oscuro y doloroso que es la venganza. Pero aquí no se trata de venganzas estridentes ni espectaculares como en la Trilogía de la Venganza de Park Chan-wook. Lo que Ogawa construye es una red de venganzas íntimas, silenciosas, incluso ambiguas. Algunas no se concretan nunca; otras lo hacen con una violencia que sorprende por lo contenida.

Venganza es una lectura inquietante y seductora. Una exploración de las emociones humanas más crudas: el dolor, la tristeza, la frustración, la rabia, la culpa y, claro, la necesidad de justicia —o al menos de catarsis. Con una prosa sencilla pero precisa, Ogawa nos sumerge en un mundo donde lo extraño es cotidiano, y lo cotidiano es potencialmente trágico.

Venganza no solo es una colección de cuentos oscuros y bellamente escritos, sino también un espejo distorsionado de nuestra propia humanidad. Una lectura perfecta para quienes disfrutan de historias que inquietan más de lo que explican, que conectan sin avisar y que dejan resonando una misma pregunta: ¿cuán cerca estás tú de la historia de alguien más?

La Mano Jardín, un oasis de café, cocina de humo, cultura y naturaleza en Coyoacán

Hay días en los que todo lo que queremos es escapar del caos y simplemente disfrutar una tarde rodeada de naturaleza. Pero vivir en una ciudad como la CDMX, con su tráfico incesante, el estrés cotidiano y la escasez de espacios verdes, puede dificultar ese anhelo. A veces, ni siquiera es posible darnos una vuelta al Desierto de los Leones para respirar aire puro, desconectar un rato y cerrar el día con una garnacha bien merecida.

Sin embargo, entre las calles adoquinadas de Coyoacán, muy cerca de la Fonoteca Nacional, se esconde un pequeño oasis que parece inmune al bullicio citadino: La Mano Jardín. Este encantador espacio cultural ofrece un jardín acogedor donde puedes tomar café de especialidad, disfrutar un pan dulce o dejarte conquistar por la cocina de humo tradicional mexicana. Sí, todo se prepara con fuego de leña, en comales y ollas, como se hacía antes… y el resultado es absolutamente delicioso.

¿Qué puedes comer en La Mano Jardín? Si vas en la mañana, el desayuno incluye clásicos mexicanos con un toque especial: chilaquiles, enfrijoladas, enmoladas, huevos al albañil, huevos rancheros y hasta un omelette de huitlacoche. Todo esto se puede acompañar con pan dulce mexicano y una excelente taza de café. Y si tienes suerte (y es fin de semana), no te pierdas el atole de pinole.

Para la comida o la cena, el menú ofrece entradas como sopecitos, tetelas, quesadillas de papa o huitlacoche, esquites y tacos (de cochinita o rajas, por ejemplo). También hay sopas como la de frijol o el fideo seco, huaraches de nopales con pollo y tamales caseros. Como platos fuertes, el mole negro con costilla, el mole blanco con pollo, el pipián prehispánico, el estofado de res y el espagueti en flor de calabaza son algunos de los imperdibles. Eso sí, el menú cambia con frecuencia, así que cada visita puede traerte una nueva sorpresa culinaria.

Más allá de la comida, lo que hace especial a La Mano Jardín es el entorno: un jardín amplio, lleno de sombra natural y mesas bien distribuidas que ofrecen una experiencia casi privada, como un pequeño día de campo en medio de la ciudad. Además, aquí también se organizan eventos culturales, hay una tienda con ropa y artesanías, y, si te enamoras del lugar (lo cual es probable), puedes rentarlo para eventos privados.

Ya sea para desayunar bajo los árboles, leer un libro mientras tomas un café o disfrutar una cena con sabor a tradición, La Mano Jardín es una escapada perfecta sin salir de la ciudad. Un rincón tranquilo y sabroso que te invita a desconectarte del ritmo acelerado y reconectar contigo mismx.

Prepara tu Visita
Dirección:
 Francisco Sosa #363, Santa Catarina, Coyoacán, Ciudad de México, CDMX
Horario: Domingo a martes de 8:00 a 20:00 hrs., miércoles a sábado de 8:00 a 22:00 hrs.
Costo por persona: De $300 a $500 pesos
Página web: culturalamano.com
Instagram: instagram.com/lamano_jardin
Facebook: facebook.com/culturalamano

La Profesa, Oratorio de San Felipe Neri, un rincón lleno de historia, arte y cultura en el Centro Histórico

La Profesa, conocida cariñosamente como “la otra catedral” de la Ciudad de México, se erige de manera austera en la esquina de las calles Madero e Isabel la Católica, en el corazón del centro histórico. Aunque no se conoce con exactitud la fecha de su construcción, su presencia ha marcado una parte importante de la historia de la ciudad por siglos, siendo una de las joyas del barroco mexicano. Si bien hoy en día es menos visitada, sigue siendo un símbolo de serenidad y majestuosidad, tranquila y discreta a tan solo unos metros de la imponente Catedral Metropolitana.

Este templo barroco del siglo XVIII, oficialmente llamado Oratorio de San Felipe Neri, es un lugar lleno de historia. En sus orígenes, fue parte de un complejo arquitectónico más grande conocido como Casa Profesa, donde los jesuitas vivieron y realizaron su labor misionera. Aquí, los sacerdotes hicieron un voto de obediencia exclusiva al Papa, comprometiéndose a trabajar en la evangelización. La primera iglesia en este sitio, conocida como el Templo de San José el Real, fue inaugurada en 1610, pero fue reemplazada por el templo que hoy conocemos, diseñado por el arquitecto Pedro de Arrieta entre 1714 y 1720, con el patrocinio del marqués de Villapuente y su esposa.

Un capítulo crucial en la historia de La Profesa ocurrió en 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados de los dominios españoles, y el templo pasó a manos de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. A partir de ese momento, la iglesia adoptó una nueva identidad y continuó siendo un importante centro de oración y cultura. Incluso, tras un devastador terremoto en 1768 que destruyó la iglesia original, La Profesa se mantuvo como un símbolo de resistencia y fe.

En el siglo XIX, el templo experimentó una transformación significativa. Fue en esta época cuando se introdujo el estilo neoclásico en su interior, con la intervención del célebre arquitecto Manuel Tolsá, quien diseñó el retablo mayor dedicado a San Felipe Neri. A partir de ese momento, La Profesa se llenó de una nueva energía artística, con frescos en la cúpula, esculturas y una colección de arte religioso impresionante que hoy día sigue siendo uno de sus mayores atractivos.

Además de su arquitectura, La Profesa se distingue por su galería de arte, conocida como la Pinacoteca, que alberga obras de los siglos XVII, XVIII y XIX. Esta galería, inaugurada en 1978 tras una lujosa rehabilitación, sigue siendo un espacio para apreciar la riqueza de la pintura mexicana y europea, con obras que abarcan tanto la devoción religiosa como la riqueza cultural de la época virreinal.

Un episodio peculiar en la historia de La Profesa tuvo lugar en 1821, cuando fue escenario de una importante conspiración contra el movimiento independentista de México. En sus muros se gestaba una conspiración para instaurar una monarquía en el país, impulsada por quienes simpatizaban con la idea de un monarca absoluto nacido en España. Afortunadamente, el plan no prosperó, pero la memoria de esos encuentros secretos quedó impregnada en la historia de este templo.

A lo largo de los siglos, La Profesa también ha sido testigo de momentos de tensión en la historia del país. Durante la Guerra Cristera de 1926-1929, cuando la persecución contra las iglesias y clérigos se intensificó, La Profesa asumió temporalmente el rol de catedral provisional de la Ciudad de México. Más tarde, en 1931, un atentado con una bomba casera en sus instalaciones no causó grandes daños, pero subrayó la relevancia de este templo como un punto de resistencia y fe en tiempos difíciles.

Hoy en día, La Profesa sigue siendo un lugar de culto y un centro cultural vital en el centro histórico de la Ciudad de México. Su biblioteca, con más de 8,000 libros antiguos, y su pinacoteca continúan resguardando el legado de los siglos pasados, ofreciendo a las y los visitantes un espacio de reflexión y aprendizaje. Aunque no es tan conocida como otros monumentos emblemáticos de la ciudad, La Profesa sigue siendo un recordatorio del pasado religioso y cultural de la capital mexicana, un lugar que invita a las y los transeúntes a detenerse y sumergirse en su historia profunda y su belleza atemporal.

La próxima vez que pases por la calle Madero, no olvides mirar hacia La Profesa y rendir homenaje a este silencioso guardián de la historia, un templo que, con su serenidad y majestuosidad, continúa siendo una de las piezas clave en el corazón de la Ciudad de México.

Dirección: Isabel La Católica #21 (esquina Madero), Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, una joya de arquitectura y espiritualidad en el Centro Histórico

En plena calle Francisco I. Madero, esa por la que caminan miles de personas rumbo al Zócalo todos los días, se esconde a plena vista una joya arquitectónica e histórica: el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús. A simple vista, su estilo neorrománico —casi único en toda la ciudad— llama la atención, pero lo mejor está en su historia y su significado para la capital.

Este templo rinde homenaje a San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano y nada menos que el patrono de la Ciudad de México. Nacido en 1572 bajo el nombre de Felipe de las Casas, su historia parece de película: fue franciscano, luego mercader en Filipinas, volvió a la vida religiosa, y terminó en Japón en un barco llamado (ironías de la vida) San Felipe. Ahí, en 1597, fue martirizado junto a otros 25 cristianos, convirtiéndose en uno de los célebres mártires de Nagasaki. Fue canonizado en 1862, y desde entonces su figura es símbolo de fe y valentía.

El templo que lleva su nombre se construyó entre 1886 y 1897, donde antes estuvo la capilla de Nuestra Señora de Aranzazú, que pertenecía al viejo Convento de San Francisco. La encargada de impulsar su edificación fue nada menos que Carmen Romero Rubio, esposa de Porfirio Díaz. La obra quedó en manos del arquitecto Emilio Dondé, quien también trabajaba en otros templos notables de la ciudad.

Además de su fachada elegante, el interior del templo sorprende con mosaicos de estilo neobizantino que, aunque más discretos que los de la iglesia Porta Coeli, tienen su encanto. Tiene también dos entradas laterales, una capilla independiente y alberga los restos del beato Félix de Jesús Rougier, fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, orden que desde 1931 cuida este recinto.

Y por si fuera poco, desde 1900 este templo es sede de la Adoración Nocturna Mexicana, una tradición que sigue viva en pleno centro de la capital.

Así que la próxima vez que camines por Madero, entre cafés, tiendas y bullicio, levanta la vista. La Iglesia de San Felipe de Jesús está ahí, esperando que la redescubras.

Dirección: Av Francisco I. Madero #11, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Templo Metodista de la Santísima Trinidad, historia, arquitectura y secretos en una joya del Centro Histórico

En el bullicio del Centro Histórico de la Ciudad de México, en la tranquila calle de Gante, se esconde un lugar lleno de historia, espiritualidad… ¡y hasta circo! Hablamos del Templo Metodista de la Santísima Trinidad, una joya arquitectónica que guarda secretos de más de 400 años.

Este templo ocupa nada menos que el terreno que perteneció al antiguo claustro del Monasterio de San Francisco, fundado en 1524 sobre las ruinas de la mismísima Tenochtitlan. Aquí llegaron los primeros doce franciscanos encabezados por fray Martín de Valencia, y también Pedro de Gante, quien venía con una misión evangelizadora. De hecho, justo donde hoy se alza el templo, Moctezuma tenía su casa de las fieras, una especie de zoológico imperial. ¡Qué tal la transformación de espacio!

El claustro que vemos hoy fue reconstruido en 1649 por fray Buenaventura de Salinas y llegó a tener trescientas celdas, dos comedores gigantescos y un sinfín de actividades religiosas y administrativas que marcaron la vida virreinal de la Nueva España. Más tarde, en 1701, el cantero Antonio de Rojas amplió el conjunto y Pedro de Arrieta (sí, el mismo que hizo la Iglesia de la Profesa y el Hospicio de los Pobres) diseñó su elegante escalera principal.

Pero los tiempos cambian… y los usos también. En pleno siglo XIX, con las Leyes de Reforma, el claustro se dividió y fue pasando de mano en mano. En 1866, el famoso cirquero italiano Giuseppe Chiarini lo convirtió en un espectáculo de entretenimiento —literalmente— y hasta abrió la entrada por la calle de Gante, que más tarde sería usada por la iglesia. ¡Imagina elefantes caminando donde hoy hay bancas y vitrales!

Finalmente, en 1873, el edificio fue adquirido por la Iglesia Metodista Episcopal de Nueva York, que lo dedicó a la Santísima Trinidad. El arquitecto Luis G. Carrillo diseñó su fachada, de inspiración neogótica, que recuerda a los templos ingleses: tres niveles, un campanario central, ventanas ojivales, columnas románicas y relieves que evocan castillos medievales. El interior es igual de impresionante: arcos labrados en cantera, columnas toscanas, relieves decorativos y un patio cubierto con estructura metálica.

Afuera, una escultura de la Biblia, hecha por la reconocida artista Tosia Malamud, da la bienvenida a las y los visitantes. Y no muy lejos de ahí, una figura de Pedro de Gante —regalo del gobierno belga— recuerda los orígenes de esta historia de fe y transformación.

Este templo no solo representa un capítulo importante en la historia del metodismo en México (que arrancó con mineros ingleses en Real del Monte allá por 1826), sino también en la historia de la arquitectura, la evangelización y hasta el entretenimiento popular. Hoy, sigue en pie como un espacio de encuentro, oración y memoria. Fue declarado monumento histórico en 1931, así que si andas por el Centro, no dudes en darte una vuelta: cada piedra aquí tiene algo que contar.

Dirección: Fray Pedro de Gante #5, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Templo y Exconvento de San Francisco, lo que queda del monasterio más grande de Latinoamérica en el Centro Histórico

Si caminas por la siempre animada calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es muy probable que hayas pasado junto a un lugar que guarda siglos de historia bajo su sobria fachada: el Templo y Exconvento de San Francisco. Aunque hoy solo queda una parte del complejo original, este sitio fue, en su época, nada menos que el monasterio más grande de toda la Nueva España.

La historia del lugar comienza en 1525, cuando los primeros frailes franciscanos, recién llegados de Europa, establecieron aquí su sede principal. Ocupaban nada menos que los antiguos jardines zoológicos de Moctezuma II y desde ahí impulsaron la evangelización en todo el territorio. ¡Imagínate eso! En su mejor momento, el complejo se extendía por más de 32 mil metros cuadrados, abarcando desde la actual calle de Madero hasta Venustiano Carranza y de Gante hasta el Eje Central.

Aquí también floreció el conocimiento. La Biblioteca del Convento Grande de San Francisco, considerada una de las más antiguas y grandes de la Nueva España, albergaba colecciones únicas, como la Laurea Evangélica Americana, y al menos 20 incunables —esos libros rarísimos impresos antes del año 1501—. Hoy, parte de ese tesoro se conserva en la Biblioteca Nacional de México.

El templo actual, que aún puedes visitar, no fue el primero ni el segundo… sino el tercero que se construyó en este terreno difícil por su suelo lacustre. La obra que vemos hoy se levantó entre 1710 y 1716, iniciando simbólicamente un 4 de noviembre, día de San Carlos. A un costado, en 1766, se construyó la hermosa capilla de Balvanera, que hoy sirve como entrada principal, ya que la entrada original del templo está bloqueada por otro edificio sobre la calle Gante.

¿Y qué hay de su arquitectura? La fachada de la capilla de Balvanera se atribuye al gran Lorenzo Rodríguez, el genio del barroco novohispano que también diseñó el Sagrario Metropolitano. Aunque sobria por fuera, al entrar al templo quedarás deslumbradx por su interior y especialmente por el retablo, que es simplemente espectacular.

Pero este lugar no solo fue importante para los frailes o los estudiosos. También fue testigo de momentos muy curiosos de la historia. Por ejemplo, ¿sabías que aquí se bautizaron varios japoneses que llegaron a Nueva España en las primeras expediciones del siglo XVII? En 1611 y 1614, durante la embajada del samurái Tsunenaga Hasekura, más de 20 japoneses fueron bautizados en esta iglesia como parte de una misión diplomática que los llevó hasta España y Roma. ¡Una historia digna de película!

Lamentablemente, tras las Leyes de Reforma y la venta del inmueble en 1868, gran parte del exconvento fue demolido y su terreno se fraccionó. Hoy, en lo que alguna vez fueron sus patios y corredores, se alzan edificios tan emblemáticos como la Torre Latinoamericana, el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, la iglesia metodista de la Santísima Trinidad y hasta una librería del Fondo de Cultura Económica.

Así que la próxima vez que camines por Madero, date un momento para asomarte a esta joya del pasado. El atrio de la Capilla de Balvanera, que da justo a la avenida, sigue siendo punto de encuentro y espacio de exposiciones. Aunque el gigantesco monasterio ya no esté, su historia sigue muy viva, entre retablos dorados, muros centenarios y el bullicio del Centro Histórico.

Dirección: Avenida Madero #7, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX

Casa de los Azulejos (Sanborns), una joya de talavera en pleno corazón de la CDMX

Si caminas por la calle peatonal de Madero en el Centro Histórico de la Ciudad de México, hay un edificio que inevitablemente roba miradas: se trata de la Casa de los Azulejos o el Sanborns de los Azulejos, una verdadera obra de arte arquitectónica que brilla con miles de azulejos de talavera poblana. Su fachada azul y blanca, que parece sacada de un cuento barroco, la ha convertido en uno de los lugares más emblemáticos y fotografiados del centro de la capital mexicana.Una mansión con linaje (y un toque de drama

Aunque todxs la conocen como Casa de los Azulejos, su nombre original es mucho más formal: el Palacio de los Condes del Valle de Orizaba. Sí, como suena: condes, títulos nobiliarios y todo el glamour virreinal que eso implica. Este elegante palacio fue construido en el siglo XVI, pero tomó su forma actual en el siglo XVIII, cuando Graciana Suárez de Peredo, séptima condesa del Valle de Orizaba, decidió embellecer la casona familiar recubriendo su fachada con azulejos poblanos y finos detalles en cantera. El resultado fue tan espectacular que el edificio pasó a llamarse en aquel entonces el “Palacio Azul”.

La historia de esta casa comienza con la unión de dos propiedades señoriales: una al norte y otra al sur de un antiguo callejón, justo frente a lo que hoy es el convento de San Francisco. Las casas pasaron por varias manos hasta que llegaron a la familia Vivero, que con el tiempo heredó el título de condes del Valle de Orizaba. Uno de los primeros en vivir aquí fue Luis de Vivero, hijo del primer conde y nieto del importante virrey y gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero y Aberrucia. Aunque Luis unió las dos casas, fue su descendiente Graciana quien las transformó en el icónico palacio que admiramos hoy.

Los trabajos de remodelación en 1737 estuvieron a cargo del maestro Diego Durán Berruecos, quien no solo colocó los azulejos de talavera en la fachada, sino que también talló en cantera los arcos, balcones, columnas, puertas y ventanas. Todo para que la Casa de los Azulejos no pasara desapercibida entre las calles más transitadas del virreinato.

Y vaya que no pasó desapercibida. El 27 de septiembre de 1821, cuando Agustín de Iturbide hizo su entrada triunfal a la ciudad al frente del Ejército Trigarante, un arco de flores y guirnaldas fue levantado justo frente al edificio, y los balcones de la casa se engalanaron con terciopelos carmesí para celebrar la consumación de la Independencia. El momento quedó inmortalizado en una acuarela anónima, donde la Casa de los Azulejos aparece como testigo silencioso de la historia.

No todo ha sido esplendor y decoración. La Casa de los Azulejos también ha sido escenario de tragedias dignas de una novela. Durante el Motín de la Acordada, un evento caótico que sacudió la ciudad, Andrés Diego Suárez de Peredo, descendiente de los condes, fue asesinado en las escaleras del patio por el oficial Manuel Palacios. ¿La razón? Palacios estaba enamorado de una joven de la familia y, al no recibir el visto bueno, optó por la peor de las venganzas. Fue ejecutado por garrote vil frente a la Plaza de Guardiola.

Con el paso del tiempo, los títulos nobiliarios fueron suprimidos en México, y muchos de los escudos de armas que decoraban palacios como este fueron eliminados. Sin embargo, uno sobrevivió: el que está dentro del edificio, justo debajo del mural “Omnisciencia”, el cual conserva una frase digna de bordarse en un cojín: Fuerza ajena ni le toca ni le prende, solo su virtud le ofende.

Después de la Independencia, la Casa de los Azulejos pasó de mano en mano: fue residencia de la familia Yturbe Idaroff, sede del exclusivo Jockey Club de México en tiempos de Porfirio Díaz (ese que amaba todo lo francés), y hasta albergó por un corto periodo a la Casa del Obrero Mundial. El poeta Manuel Gutiérrez Nájera la inmortalizó en su poema La Duquesa Job, aludiendo a sus salones como parte del paisaje social de la ciudad.

Finalmente, en el siglo XX, el edificio encontró su vocación más democrática: convertirse en la casa matriz de Sanborns. Desde entonces, es café, restaurante, tienda y salón para el brunch dominical de miles de chilangos y chilangas, así como de turistas por igual. ¿Quién no se ha tomado un chocolate caliente con pan dulce bajo su impresionante techo de vitrales?

Hoy, la Casa de los Azulejos sigue brillando en plena esquina de Madero y Cinco de Mayo, no solo como símbolo del pasado virreinal, sino como un punto de encuentro cultural, histórico y gastronómico. Su fachada cubierta de talavera, su elegante patio interior, sus escaleras majestuosas y ese aire de “he visto siglos pasar” la convierten en una parada obligatoria para quien quiera entender —y saborear— un pedacito del alma de la Ciudad de México.

Así que la próxima vez que pases por ahí, no olvides mirar hacia arriba, admirar los detalles, y tal vez entrar por un café quemado… porque pocos lugares combinan tan bien el barroco novohispano con un club sándwich.

Dirección: Av. Francisco I. Madero #4, Centro Histórico, Ciudad de México,CDMX

Hotel de la Bella Unión, el primer hotel de México que hoy está olvidado

Si alguna vez caminas por la calle Palma, justo en la esquina con 16 de Septiembre, detente un momento y mira bien el edificio que tienes enfrente. Tal vez ahora sea una tienda de ropa con letreros de rebajas, pero en el siglo XIX ahí funcionó el primer hotel de México: el legendario Hotel de la Bella Unión. Y créenos… ¡vaya que tiene historia!

Corría el año de 1840 cuando el ingeniero militar italiano José Besozzi se aventó la proeza de construir este edificio en tan solo cinco meses. No solo fue pionero por ser el primer edificio planeado para funcionar como hotel, también fue el primero en usar estructura metálica con ladrillo, algo totalmente novedoso para una ciudad acostumbrada al tezontle y la arquitectura colonial.

Con una fachada de estilo afrancesado, sin adornos extravagantes pero sí con bustos de los primeros presidentes de México, la Bella Unión tenía un aire europeo que fascinaba a las y los visitantes. Y por dentro… ¡lujo puro! Habitaciones cómodas, un restaurante que servía delicias inéditas como crema chantilly y helados de tres sabores. 😋 ¡Era lo más chic de su época!

Pero como en toda gran historia, llegó el giro dramático: en 1847, durante la intervención estadounidense, el hotel fue tomado por los soldados yanquis. Lo convirtieron en cantina, salón de juegos, prostíbulo y hasta pista de baile. El mismísimo Guillermo Prieto lo mencionó, describiendo la intensidad y el escándalo que se vivía ahí. Incluso, desde este hotel salieron los soldados que izaron la bandera estadounidense en el Palacio Nacional, un episodio clave en la historia de México.

Y si crees que eso fue todo… ¡espera! Años antes, en 1850, el político Juan de Dios Cañedo fue brutalmente asesinado en una habitación del hotel con 30 puñaladas. 😱

Durante el Porfiriato, aún figuraba entre los hoteles más importantes de la capital, junto al Iturbide, el Colón y el Café Anglais. Pero poco a poco su fama se fue apagando, hasta cerrar como hotel. Hoy, aunque ya no recibe huéspedes, el edificio sigue en pie y guarda en sus muros más historia que muchos museos.

Así que ya sabes: la próxima vez que pases por el número 37 de Palma, mira hacia arriba. Ahí, detrás de los anuncios modernos, sigue viva la memoria de un lugar que fue el primer gran hotel del país, testigo de revoluciones, invasiones, escándalos… y muchos helados de tres sabores.

Dirección: Avenida Palma #37, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX, Ciudad de México, CDMX

Edificio Cántabro, una joya olvidada con atlantes en pleno Centro Histórico

Si alguna vez has caminado por la calle 5 de Mayo, en el corazón de la Ciudad de México, es muy probable que hayas volteado a ver una fachada que parece sacada de otro tiempo. Cuatro gigantes de piedra —los famosos atlantes del Edificio Cántabro— cargan con elegancia y fuerza una de las construcciones más fotografiadas (y misteriosas) del Centro Histórico. Pero ¿qué historia se esconde detrás de esos hombros de cantera?

Todo comenzó en 1885, cuando un empresario español, Ricardo Sainz, llegó desde Ogarrio, un pequeño poblado de Cantabria, con la mirada puesta en una ciudad que vivía su propio boom: el de los tranvías, los cafés elegantes y los edificios al estilo europeo. Fue entonces cuando decidió levantar un hotel que estuviera a la altura del esplendor porfiriano, justo en una de las calles más transitadas y vibrantes de la capital.

Así nació el Hotel Cántabro, un alojamiento exclusivo pensado para viajeros nacionales y extranjeros que buscaban hospedarse a unos pasos del Zócalo. Su arquitectura ecléctica y su monumental fachada no pasaban desapercibidas ni entonces… ni ahora.

Y es que los atlantes del edificio no solo son un adorno impresionante: estas esculturas masculinas, poco comunes en la CDMX de finales del siglo XIX, representaban el ideal de fuerza, modernidad y buen gusto. Desde entonces, se convirtieron en íconos visuales del Centro Histórico y hasta hoy siguen robándose las miradas (y las selfies).

Con el paso del tiempo, el hotel cambió de nombre, de función y hasta de interiorismo, pero su esencia sigue viva. Hoy, en su planta baja se encuentra el Restaurante Mercaderes, un rincón de alta cocina mexicana que también es enoteca, con más de 280 etiquetas de vino para maridar la experiencia.

Así que ya sabes: la próxima vez que andes por el Centro, haz una pausa en el número 57 de 5 de Mayo. Alza la vista, saluda a los atlantes y deja que el Edificio Cántabro te cuente, sin decir palabra, más de un siglo de historia.

Dirección: Avenida 5 de Mayo #59, Centro Histórico, Ciudad de México, CDMX, Ciudad de México, CDMX

El Mandarino, rica comida china sin pretensiones en la Condesa

El Mandarino es uno de esos tesoros escondidos que vale mucho la pena descubrir. Está en un local pequeñito y sin pretensiones en la Condesa, lejos del bullicio de calles como Tamaulipas o Nuevo León. Es tan discreto que fácilmente pasa desapercibido: no tiene letrero, rótulo ni marquesina que indique que has llegado. De hecho, lo único que delata su existencia es una modesta mesa de madera en la banqueta, casi siempre ocupada por gente disfrutando de su comida. ¡Y qué comida!

Aunque su nombre suene a villano de Marvel, El Mandarino es un lugar que no presume, pero que sorprende con una carta breve de platillos chinos y asiáticos con un toque casero, precios muy accesibles y una sazón que te hace querer volver.

Nosotros llegamos gracias a una recomendación y, tal como nos advirtieron, el lugar es diminuto. Afuera, una sola mesa para cuatro; adentro, otra para dos personas y una pequeña barra con espacio para tres más. Todas estaban ocupadas, pero el personal, muy amable, nos armó una mesa en la “terraza”… es decir, en la banqueta. ¡Y llegamos justo a tiempo! Porque poco después ya había fila de espera.

El menú, es pequeño, pero perfecto. Está dividido en tres secciones: entradas y sopas, vegetales y pastas, y especialidades. No hay demasiadas opciones, pero cada una suena tan rica que cuesta decidir. Éramos solo dos personas, pero teníamos antojo de todo. Después de un rato de platicar con el mesero y evaluar nuestras opciones, pedimos dos entradas, una pasta y dos especialidades. Lo mejor de todo: puedes pedir medias porciones, así que probar más platillos es parte del encanto. ¡Ideal para quienes tienen el antojo al tiro!

Para que te des una idea, empezamos con unos Rollos Chinos Chipon (rollitos primavera rellenos de trucha salmonada y queso crema) y unos dumplings de cerdo con jengibre. Luego pedimos media orden de Tallarines Chinos (noodles) y, como platos fuertes, un Pollo al curry amarillo estilo Thai y una Res Sichuan, crocante y bañada en una salsa dulce con chiles. ¡Todo estaba delicioso! Eso sí, la res picaba más de lo esperado, así que pedimos media orden de arroz jazmín al vapor (gohan) para bajar la enchilada.

Y eso no es todo. También ofrecen Camarones empanizados tipo Eby Fry, Costillas a la BBQ, Arroz Thai, Chop Suey, Pollo Kungpao, Res en salsa de ostiones, Camarones en salsa de mandarina y Pescado Hunan, entre otras delicias. Para el postre, puedes elegir entre el Tempura helado (pan frito relleno de helado) o los Rollos chinos dulces con queso crema y zarzamora. ¿Ya se te hizo agua la boca?

¿Y lo mejor de todo? ¡El precio! Comimos riquísimo y como si no hubiera mañana por unos $350 por persona (éramos dos). Las porciones están pensadas para compartir, así que si vas con más personas puedes probar más cosas y el gasto por persona baja aún más.

Salimos felices de El Mandarino. Es una joyita que ofrece sabores asiáticos auténticos, bien preparados y sin romper el cochinito. Sin duda, una de las mejores opciones para comer comida china de buena calidad y a precios amigables. No solo te lo recomiendo: seguro yo también volveré para seguir probando todo lo que ofrece.

Prepara tu Visita
Dirección: Pachuca #142, Colonia Condesa, Ciudad de México, CDMX
Costo por persona: De $250 a $350 pesos
Horario: Lunes a sábado de 13:00 a 21:00 hrs., domingo de 13:00 a 19:00 hrs.
Instagram: instagram.com/mandarinocondesa
Facebook: facebook.com/ElMandarinoCondersa